Martín Díaz, el Empecinado: El espíritu indomable de la patria
Martín Díaz, el Empecinado: El espíritu indomable de la patria
"Hay nombres y hombres que a menudo se olvidan y otros que
se pronuncian con respeto siglos después. Martín Díez, el Empecinado, pertenece
a los segundos. En tiempos donde la libertad se tambaleaba y la traición vestía
de uniforme, él eligió el camino más difícil: el de la dignidad sin
concesiones".
Juan Martín Díez, El
Empecinado, fue uno de los guerrilleros más destacados durante la Guerra de
Independencia contra el ejército napoleónico. Nacido en Castrillo de Duero
(Valladolid) en 1775, se convirtió en símbolo de resistencia, patriotismo, valentía
y estrategia militar. Su liderazgo en numerosas acciones contra las tropas
francesas lo elevó al estatus de mito nacional. Figura clave en la historia española,
El Empecinado representa el espíritu de lucha por la libertad frente a la
ocupación extranjera y también la heroicidad indomable frente a un tirano. Su
legado perdura como emblema del patriotismo y la resistencia popular.
Nacido
en 1775, Martín Díez fue labrador antes
que guerrillero, y patriota antes que héroe. Su apodo —el Empecinado— venía de
una vieja tradición familiar, pero el destino lo dotó de un nuevo sentido: el del hombre que no se rinde, que
resiste y se mantiene fiel a una causa (justa).
Con 18
años se enroló en la campaña del
Rosellón (Guerra de la Convención,
1793-1795) contra Francia. En esos años, el Empecinado aprendió el arte de la
guerra además de ser el comienzo de su animadversión hacia los franceses. En Fuentecén
(Burgos) se instaló como labriego hasta la ocupación de España por el ejército
de Napoleón en 1808. En este sentido, cuenta la leyenda que una chica natural
del pueblo fue violada por un soldado francés y que el Empecinado le dio muerte
después. Este suceso le condicionó aún más su decisión de ir a la guerra.
Martín Díez fue labrador antes que guerrillero, y patriota antes que héroe
La Guerra
contra Francia (1808-1814), fruto de la invasión
napoleónica, incendió España, y también su espíritu indomable. Mientras
otros pactaban o huían, el Empecinado formó una partida guerrillera con
campesinos, soldados dispersos y patriotas. Conocía el terreno como la palma de
su mano, y desde él tejió una guerra irregular que desangró al invasor (guerra de guerrillas). El cometido principal de esta
guerrilla era dañar las líneas de comunicación y suministro del ejército
francés con emboscadas precisas, pueblos liberados, enemigos capturados,
captura de armas y correo…, es decir, el Empecinado no era solo un soldado, se
convirtió en un símbolo. “Nadie como él
encarnó el alma popular de la resistencia” (Emilio de Diego, 2004).
En 1809
fue nombrado capitán de caballería y actuaba en torno a Gredos, Ávila y Salamanca,
desde donde proseguía hacia Cuenca y Guadalajara. En 1810 se tuvo que refugiar
en Ciudad Rodrigo, sitiada por los franceses. Al año siguiente contaba con una
partida de unos 6.000 soldados y en 1812 vuela el castillo de Torija
(Guadalajara) consiguiendo con ello dispersar a los franceses. Al año siguiente
se le ve combatiendo en Alcalá de Henares, venciendo a un enemigo que le
doblaba en número. En 1814 es ascendido a mariscal de campo –con el derecho de
firmar como El Empecinado[1]-.
Sin embargo,
tras la retirada francesa, su empleo
en el ejército no acaba y desde marzo a junio de 1815 (los Cien Días) se encuentra acantonado en Huesca al mando de
diferentes fuerzas situadas en los Pirineos, para vigilar y evitar una posible
y eventual entrada de Francia, cosa que no ocurrió[2].
No era
noble, ni general, pero sus hazañas lo elevaron muy por encima de muchos,
despertando con ello envidias y admiración (Napoleón lo temía y el pueblo lo adoraba. Y cuando la guerra terminó,
su lealtad no se extinguió pues siguió defendiendo la constitución y su ideal, incluso cuando Fernando VII volvió y la abolió). Por ello fue perseguido,
traicionado y finalmente ahorcado en
1825.
Cuando
el rey Fernando VII regresó a España y restauró
el absolutismo, tomó medidas contra los que consideraba enemigos –los liberales-,
entre los que estaba el Empecinado, que fue desterrado a Valladolid. Sin
embargo, no duró mucho ya que, en 1820, tras el pronunciamiento de Riego, el Empecinado volvió a las armas, pero esta
vez contra las tropas realistas
(absolutistas) de Fernando VII. Durante el Trienio Liberal, fue nombrado gobernador militar de Zamora y,
finalmente, ascendido a capitán general.
sus hazañas lo elevaron muy por encima de muchos, despertando con ello envidias y admiración
Según cuenta
la leyenda, el rey intentó que el Empecinado se uniera a su causa uniéndose también
a los Cien Mil Hijos de San Luis (le ofreció un título nobiliario y
una gran cantidad de dinero), tal y como establece Josep Fontana (2006). Pero el
Empecinado jamás faltaría a sus juramentos y continuaría peleando.
Tras el
Trienio Liberal, en 1823, El Empecinado se exilió a Portugal, aunque tras la amnistía
decretada el 1 de mayo de 1824 pidió regresar. El permiso se le concedió por el
rey y el Empecinado volvió a su tierra. Sin embargo, el rey había ordenado su
captura el 23 de mayo.
Fue detenido
por voluntarios realistas en Olmos de Peñafiel en 1825, a pesar de haber traído
escolta desde Portugal (la cual también fue detenida). Los detenidos fueron
llevados a Nava de Roa y entregados al alcalde. En esta población se había montado
una estructura de madera donde el preso y sus acompañantes fueron ejecutados. Insultado
y apedreado por el pueblo, el Empecinado rompió sus grilletes y se abalanzó
sobre un voluntario realista que lo vigilaba con el propósito –al más puro
estilo de película- de quitarle la espada, cosa que consiguió. A pesar de ello,
se abalanzaron sobre él y lo llevaron de nuevo, atado, al escenario improvisado.
La
causa se tendría que haber llevado a la Real
Chancillería de Valladolid, donde el militar liberal Leopoldo O'Donnell habría conseguido que fuese juzgado con
benevolencia (fusilado), sin embargo, no fue así y la ejecución se llevó a cabo
tal y como relata el alcalde de Roa su ahorcamiento:
Se dio la última orden y quedó colgado con tanta violencia
que una de las alpargatas fue a parar a doscientos pasos de lejos, por encima
de las gentes. Y se quedó al momento tan negro como el carbón.
En resumen,
Juan Martin Díez, el Empecinado, murió como vivió, como tantos otros héroes conocidos
y anónimos, fiel a sus ideas con la cabeza alta, el alma libre, con el orgullo
y honor de ser él hasta el final.
“Murió
sin doblegarse, como los robles viejos que crujen, pero no se quiebran”,
diría Galdós en sus Episodios Nacionales.
Hoy,
que tantas veces se habla de libertad (de manera abstracta, claro está), es conveniente
recordar a hombres como el Empecinado. Porque su libertad no era un discurso,
sino una forma de estar en el mundo. De actuar con valentía, aunque costase la
vida.
Bibliografía recomendada
Artola,
M., La Guerra de la Independencia,
Alianza Editorial, 1999
De
Diego, E., El Empecinado y la Guerra de
la Independencia, Sílex, 2004
Esdaile,
C., La lucha por España: La Guerra de la
Independencia, 1808-1814, Crítica, 2008
Pérez Galdós,
B. Episodios Nacionales, “Juan Martín
el Empecinado”, 1874
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