La Unión Revolucionaria ¿El fascismo peruano?
La Unión Revolucionaria
¿El
fascismo peruano?
En Perú el fascismo se dejó sentir tímidamente a través de La Unión Revolucionaria (UR), combinando el nacionalismo, racismo contra chinos y japoneses, corporativismo y anticomunismo. A imagen y semejanza del contexto europeo, aunque de manera diferente y tardía.
Fundado
por Luis Miguel Sánchez Cerro en 1931. Mientras que, después de su asesinato en
1933, fue liderado por Luis Alberto Flores Medina con una deriva hacia un
partido abiertamente fascista. Se convirtió en el principal vehículo del
fascismo peruano durante las décadas de 1930 y 1940. Inspirado en el modelo de
los regímenes europeos, el partido buscó consolidar un Estado fuerte.
El Fascismo fue un fenómeno, en
sus inicios, nacional y nacionalista propio de Italia pero que se
internacionalizó expandiéndose por todo el mundo. Por toda Europa surgieron
grupos, partidos y asociaciones que imitaban al fascismo, más en estética y
discurso que en ideología, y, contra todo pronóstico, también hubo imitaciones
en Asia y América.
Este es el caso de Perú que, aunque no tuvo por qué imitar un
modelo extranjero -sobre todo por su lejanía con respecto a Europa-, sin
embargo, sí que contó con un partido que se aproximó al fascismo italiano
influyendo este mucho en la sociedad y política del país.
De haber existido un fascismo peruano, tal y como comparten
los expertos, este se manifestó en la Unión Revolucionaria,
creada en los años 30 del siglo XX. Un partido anticomunista, con aspiraciones
autoritarias y corporativistas y un marcado componente xenófobo contra chinos y
japoneses.
Se caracterizaba por su oposición
al liberalismo y el comunismo y, sobre todo, al APRA, a quienes consideraban enemigos mortales y autores del asesinato
de su líder fundador, Sánchez Cerro.
Contexto Histórico. Perú en los Años 30
Corrían los años 30 del siglo XX
y los vientos del nacionalismo se dejaron sentir en un Perú que intentaba salir
a flote entre el caos demócrata-liberal
y el revolucionario. Se había aprobado la 9ª Constitución de la República
de Perú en 1919, que comenzó con dudas y tensiones, promulgada en 1920.
En 1930 se ponía fin al periodo conocido como Oncenio (1919-1930) en el que Leguía había realizado una política paternalista, sobre todo
respecto a los indígenas, como destacan los autores y que a su vez había
sucedido al periodo de la Republica
Aristocrática (1895-1919). Será Luis Miguel Sánchez Cerro quien, a través
de un pronunciamiento militar, ponga fin a dicho periodo, dejando consigo
varios gobiernos militares y la irrupción del Partido Comunista de Perú (PCP), el Partido Aprista Peruano (PAP o,
más conocido, APRA) así como la Unión Revolucionaria (UR).
Durante las primeras décadas del siglo XX, Perú enfrentaba una
crisis social, económica y política marcada por:
Una economía dependiente de la exportación de materias primas.
La agitación de las clases populares y el surgimiento del
movimiento obrero.
El debilitamiento de los partidos tradicionales, como el Partido Civil.
El ascenso del APRA (Alianza Popular Revolucionaria
Americana), que desafiaba el orden establecido.
Este escenario creó un terreno fértil para propuestas
autoritarias que prometieran orden y estabilidad frente al caos social y el
comunismo emergente.
Si bien todo nos interesa, nos quedaremos sobre todo con Luis
Miguel Sánchez Cerro y la Unión Revolucionaria, ambos ligados, pero a su vez
distanciados.
En este sentido, debido al momento en el tiempo en el que
surge, también se le considera un “fascismo tardío” o de “segunda ola” pues los fascismos primitivos o primigenios
surgieron en Europa entre 1919 y 1925 aproximadamente, teniendo como
precursor al Fascismo italiano
surgido en 1919, el Nacional-bolchevismo
también en aquel año, el NSDAP en 1920 o los Jóvenes Patriotas en la Francia de
1925, por mencionar algunos ejemplos que surgieron inmediatamente.
En este contexto, de igual forma que en Europa, el caos y la amenaza del radicalismo y las reformas dominaban la sociedad peruana. Sin embargo, hay un hito en este sentido y es la victoria de Sánchez Cerro en las elecciones de 1931. Fue este quien creó el partido de la Unión Revolucionaria, con el que gobernó hasta 1933 cuando murió asesinado.
Por toda Europa surgieron grupos, partidos y asociaciones que imitaban al fascismo, más en estética y discurso que en ideología, y, contra todo pronóstico, también hubo imitaciones en Asia y América
¿Qué fue la Unión Revolucionaria?
Nacimiento de la Unión Revolucionaria (1931)
La Unión Revolucionaria nació
como el brazo político del régimen de Sánchez Cerro, quien había llegado
al poder tras un golpe de Estado en 1930. Inicialmente fue una herramienta
electoral, pero tras la elección presidencial de 1931, en la que venció a Haya
de la Torre, se transformó en partido oficialista.
En 1933, tras el asesinato de Sánchez Cerro, la UR pasó
a ser dirigida por Luis A. Flores, quien radicalizó su orientación
ideológica, adoptando elementos del fascismo italiano.
Sin un programa político claramente definido, el militar Luis
Sánchez Cerro llegó a la presidencia del Perú por la vía de las elecciones en
1931. Obtuvo, por un lado, el apoyo de las masas populares que se identificaron
con su procedencia humilde, el color de su piel, su léxico populista y sus
rasgos autoritarios, entre otras cosas, y, por el otro lado, los grupos
oligárquicos (aristocracia y burguesía) quienes también le dieron su apoyo al
verlo como una alternativa para cerrar el paso a las reformas radicales
propuestas por el APRA.
Durante su breve gobierno de 16 meses, Sánchez Cerro siguió
una política autoritaria de represión contra sus opositores del APRA, la cual
fue llevada a cabo por su ministro de gobierno, Luis A. Flores, futuro líder
del Partido. A través de la denominada ley
de emergencia, que autorizaba al gobierno a tomar medidas contra los derechos civiles, -8 marineros fusilados
acusados de subversión, los parlamentarios apristas fueron desaforados del Congreso
y tuvieron que exiliarse y muchos militantes apristas comunes fueron
perseguidos y apresados, entre los que destaca su líder Víctor Raúl Haya de la
Torre-. Estas medidas fueron avaladas por los miembros del partido –urristas[1]-
quienes las justificaron como necesarias para "salvar el orden de la nación".
A raíz de esas medidas, estalló una insurrección armada por parte de militantes apristas en Trujillo.
Esta, sin embargo, fue duramente sofocada y reprimida por el ejército. Todo
ello desembocó en un enfrentamiento violento que acabó con el asesinato de
Sánchez Cerro por un estudiante aprista en Santa Beatriz (abril de 1933).
Tras la muerte del líder de UR, en el partido surgió una
escisión interna dando lugar al Partido
Nacionalista, liderado por Clemente
Revilla, quien apoyó al gobierno del sucesor de Sánchez Cerro, el general
Óscar R. Benavides. La dirección de la UR cayó entonces en manos del exministro
de gobierno Luis A. Flores, quien radicalizó la propuesta del partido
convirtiéndolo en un partido fascista (según las fuentes).
Ideología
Con Sánchez Cerro, la UR se
convirtió en el partido del gobierno, pues este era el presidente, pero también
era un militar, su sistema concuerda con el “pretorianismo” de Franco, Primo de
Rivera, Salazar, Antoniescu o Pétain entre otros. Es decir, su sistema tenía
una orientación ideológica más pragmática que doctrinaria. Luis A. Flores,
abogado y político, fue quien dio a la UR su perfil fascista y aspiró a liderar
el país bajo un modelo totalitario.
Será bajo el liderazgo de Flores cuando la UR adopte una
ideología que combinaba:
Nacionalismo. Exaltación del Perú como
nación única y homogénea.
Corporativismo. Sistema de organización
política basado en gremios y sindicatos controlados por el Estado, al estilo de
Italia.
Anticomunismo y antiaprismo. Rechazo absoluto –y persecución- hacia el
marxismo y al APRA, considerados amenazas al orden nacional.
Culto al líder. Se promueve la imagen
del jefe –líder, caudillo- como figura central, inspirada en el fascismo de
Mussolini y sobre todo en la figura de Adolf Hitler.
Paramilitarismo. Se crea una milicia
propia -camisas negras peruanos-
que imitaban a los fasci italianos. La milicia sustituye al ejército, es
el partido revolucionario que aspira
a conquistar el poder –y el Estado-.
En este sentido, La UR organizó manifestaciones masivas,
marchas uniformadas, mítines, exhibiciones… lo que le supuso una gran
propaganda. Durante la década de 1930, fue un actor político relevante, sobre
todo en la represión de movimientos obreros y en campañas contra el APRA.
En las elecciones de 1936, Flores se presentó como
candidato presidencial, pero los comicios fueron anulados por el gobierno ante
el temor de una victoria aprista.
Tras la anulación electoral y el regreso del poder civil con Manuel Prado en 1939, la UR perdió
rápidamente influencia y apoyo, ya que, sin el respaldo militar ni un líder
carismático, su discurso fue perdiendo relevancia en un contexto internacional
donde el fascismo comenzaba a ser desacreditado al ir perdiendo terreno durante
la II Guerra Mundial.
Durante los años 40, el partido prácticamente desapareció del
escenario político. Algunos de sus miembros se integraron a otras formaciones
conservadoras, y su ideología quedó como un capítulo aislado y marginal en la historia política del Perú.
Pero antes de su decadencia, la UR se expande y desarrolla entre 1933 y 1936, años que se pueden considerar como sus años dorados. La década de los 40 supondrán el declive y ocaso del partido.
Luis A. Flores, abogado y político, fue quien dio a la UR su perfil fascista y aspiró a liderar el país bajo un modelo totalitario
Desarrollo
y expansión (1933-1936)
Influido muy fuertemente por la
Italia de Mussolini, entre 1933 y 1936 la UR creció con un discurso fascista
muy asentado y adaptado a Perú. A través de sus medios de comunicación, sobre
todo la prensa, como La Batalla, Acción,
y Crisol manifestaron su oposición al
gobierno del general Oscar R. Benavides, el sucesor de Sánchez Cerro a quien
consideraban traidor, y proclamaban el fascismo como el sistema ideológico
necesario para Perú. En esta época también tuvieron presencia en los sindicatos,
aunque estos, en su mayoría, estaban copados por APRA.
Es a finales de 1933 cuando se crea la Legión de Camisas Negras –una milicia formada por la juventud de
AR-, al estilo milicia fascista. Esta milicia protagonizaría combates y actos
violentos contra los apristas, manifestaciones masivas o actos de exaltación del
fascismo rindiendo homenajes, por ejemplo, a Cerro. Además de la camisa, el
brazo en alto fue su distintivo.
Si tenían uniforme, saludos y simbología, milicia, presencia
en sindicatos y sección juvenil, los urristas
también crearon una sección femenina
de la mano de Yolanda Cocco –a pesar
de que la UR no abogaba por la igualdad entre hombres y mujeres- quien defendía
principalmente el papel asignado a la mujer en Perú, es decir, la defensa de
los valores tradicionales de la mujer (madre y ama de casa).
Este crecimiento de la UR se debe a las simpatías de algunos
medios de comunicación y la oligarquía, así como a su aceptación entre las
clases populares, en una mezcla de fascismo criollo.
Sus postulados combinaban proteccionismo económico con una reforma agraria gradual, mientras
propugnaban leyes sociales en favor de los trabajadores, combinado con un
marcado desprecio hacia la democracia y una fuerte tendencia al autoritarismo. Otro
rasgo característico de la UR fue su abierta xenofobia contra los inmigrantes
de origen chino o japonés, a los que consideraban genéticamente inferiores con respecto a los cobrizo-hispanos y responsables del desempleo en el país.
En este sentido el régimen de Benavides, conservador y
autoritario, también simpatizaba con el fascismo como muestra el ejemplo de
contratar a una especie de misión policial
italiana en torno a 1935 para reorganizar la policía en Perú, un intento de
crear un Estado policial. Con ello,
se ilegalizó al APRA y al PCP –considerados partidos
internacionales-. Pero, sin embargo, persiguió también a muchos urristas. De
ahí la oposición de estos últimos al régimen al que consideraban traidor y no
fascista.
Este populismo de la UR por tanto atrajo a muchos adeptos, sin
embargo, la situación cambiaría a medida que la II Guerra Mundial avanzaba y
los fascismos europeos perdían terreno. Es a partir de las elecciones de 1936
cuando se produce un punto de inflexión para la UR.
En las elecciones de
1936, la UR alcanzó el 29.1% de los votos frente al 37.1 % alcanzado por
Luis Antonio Eguiguren, apoyado desde la clandestinidad por APRA. Sin embargo, Óscar
R. Benavides anuló las elecciones aduciendo el argumento de que la victoria de Eguiguren
era ilegítima porque sus votos
provenían de los militantes apristas –proscritos-. El Congreso de la República, subordinado al dictador, ratificó esta
medida y se decidió prolongar el gobierno de Benavides hasta 1939.
Este crecimiento de la UR se debe a las simpatías de algunos medios de comunicación y la oligarquía, así como a su aceptación entre las clases populares, en una mezcla de fascismo criollo
Ante ello los militantes de la UR intentaron levantamiento
revolucionario contra el gobierno con el apoyo de algunos oficiales jóvenes del
ejército. Pero esta conspiración fue descubierta y el gobierno procedió a una
dura persecución, poniendo en el mismo lugar a los urristas que al resto de
opositores.
Decadencia
y extinción (1938-1960)
Tras lo anterior, muchos miembros
fueron encarcelados mientras que Luis Alberto Flores Medina y otros dirigentes
del partido fueron deportados a Chile. La resistencia de los urristas contra el
gobierno de Benavides fue menguando, además lideres próximos a Flores Medina
comenzaron a renegar de él y a reconocer a Benavides, mostrándose críticos con
la línea del partido.
Ello supuso una escisión en el seno de la UR y el 19 de
febrero de 1939 se produjo un Golpe de Estado auspiciado por estos sectores,
aprovechando que Benavides estaba en Pisco. A la cabeza se hallaba Cirilo
Ortega –uno de los ex líderes de la UR-. Los grupos asaltantes tomaron el
Palacio de Gobierno y Antonio Rodríguez Ramírez se proclamó jefe interino de la
Republica, anunciando varias medidas importantes tales como una amnistía
general, la convocatoria a una Asamblea Constituyente o elecciones libres.
Sin embargo, el golpe fue frenado por la Guardia Civil de Perú que abatió a Rodríguez y a algunos miembros más
mientras que el resto de los allí presentes fueron detenidos. Ortega, uno de
los cabecillas del golpe, fue detenido y cuando salió de la cárcel formó una facción
disidente –afín a la UR- que apoyó a Manuel
Prado (candidato presidencial y aliado de Benavides), salió vencedor en las
elecciones de 1939 pero la UR nunca
tuvo un hueco en el régimen del nuevo presidente, perdiendo protagonismo y
simpatizantes.
José Quesada Larrea organizó el Frente Patriótico en 1939 con el apoyo de Luis A. Flores, que aun
estaba en el exilio.
A pesar de ello, Flores regresó de su exilio en Chile en 1945
e intentó reorganizar la UR sin éxito. Pues por estas fechas el Eje había sido
derrotado y sus ideas no eran tan atractivas como hacía unos años. Con una
democracia ya asentándose en Peru sus ideas no tuvieron mucha acogida.
En este sentido, Flores, a pesar de todo, fue elegido Senador
en 1946 por el departamento de Piura y manifestó su apoyo a la dictadura del general
Manuel Odría. Sin embargo, la UR nunca fue acogida ni aceptada pues la ideología
fascista, tras 1945, tuvo mucho desprestigio haciendo imposible la reorganización
de UR. Este partido acabó disolviéndose en los años 60, tras varios años
agonizando.
Conclusión
¿Fue Realmente
Fascista la Unión Revolucionaria?
Aunque efímera, la experiencia de la Unión
Revolucionaria representa el intento más estructurado de implantar un
movimiento fascista en el Perú. Su existencia demuestra cómo incluso en Hispanoamérica
hubo espacio para propuestas autoritarias y nacionalistas, influenciadas por
modelos europeos.
La UR
compartió muchas características con los partidos fascistas europeos, pero
también tuvo particularidades locales. No alcanzó jamás el poder absoluto, y su
impacto fue limitado por la estructura social y política de Perú. Sin embargo,
su existencia constituye un ejemplo importante del fascismo adaptado a la
realidad andina.
Además, la UR
no supo adaptar su discurso a los “nuevos tiempos” quedándose relegada a un
tercer o cuarto plano, sin “tirón” entre las masas y sobrepasado por dictadores
con los que compartían muchas facetas ideológicas.
Su breve
carrera política deja de manifiesto esa falta de unidad y discurso, de organización…
en un Perú caótico, donde no supo adaptarse en el tiempo. Los intentos de reorganización
ponen sobre el papel una realidad que sus líderes no supieron ver, o no
quisieron, alargando la agonía de un “sueño” pasado como era la UR.
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