Interpretaciones del Fascismo

 

    En cuanto a las interpretaciones del fascismo, los autores no alzan una sola voz, quizá ello se deba a la indefinición del movimiento[1], sus premisas y características. En tal caso, el fascismo se ha entendido como una dictadura de derechas, frente a la dictadura de izquierdas que sería la que realiza el comunismo, pero también se ha entendido como una reacción de la burguesía ante el temor a una expansión del comunismo. Por otro lado, muchos autores lo entienden como la culminación del proceso del nacionalismo, empezado en el siglo XIX tras las Guerras Napoleónicas o como algo singular y propio de la Europa de Entreguerras, es decir, sería algo novedoso que se dio en todos los países europeos como consecuencia de la I Guerra Mundial o la consecuencia final del capitalismo más creciente.

El experto en la temática, Payne, resume las interpretaciones que hay sobre el fenómeno fascista, unas interpretaciones que se mostrarán más adelante. El autor establece que el fascismo ha sido interpretado como un agente violento y dictatorial del capitalismo, una forma de bonapartismo del siglo XX, un fenómeno excepcional –único-, un radicalismo exclusivo de las clases medias, la consecuencia de historias nacionales excepcionales, el producto de un derrumbamiento moral y cultural, un fenómeno meta-político excepcional, el resultado de impulsos psicosociales patológicos, el producto de la ascensión de unas masas amorfas, una manifestación propia del totalitarismo del siglo XX, una revuelta contra la moderación, una consecuencia determinada del crecimiento socioeconómico o, si se quiere, una fase de la secuencia del desarrollo y también como la propia negación de que pueda definirse un fenómeno tan general como el fascismo genérico.

Una visión, de las más utilizadas, es la que establece que el fascismo es un movimiento de Tercera Posición, es decir, no se situaría entre el espectro político derecha-izquierda, sino que más bien, según sus postulados iniciales, abogaría por coger lo mejor de unos y de otros, en este sentido, el nacionalismo y el socialismo respectivamente. Es la teoría más comúnmente usada, al situar el fascismo como un fenómeno novedoso que rompe con los esquemas tradicionales del siglo XX, es decir, ni aparece como un movimiento liberal-democrático ni aparece como un movimiento socialista-comunista, movimientos que dominaban Europa antes de 1922. Autores como Bolinaga se mantienen en esta tesitura al establecer un error el catalogar el Fascismo como extrema derecha, aunque gran parte de la extrema derecha tienda al fascismo[2]. Si tenemos claras las raíces y esencia del Fascismo genérico, se observa que este movimiento parte de una izquierda muy radicalizada y es ahí, quizá, donde resida la “revolución” planteada por tal movimiento.

Otra interpretación muy comúnmente utilizada establece la guerra mundial como causa del fascismo o, si somos más meticulosos, las consecuencias directas de este conflicto como los tratados de paz que moldearon el mapa europeo y las imposiciones impuestas a los países vencidos, así como la posterior crisis que surgió en Estados Unidos y se expandió a Europa. Es decir, el Fascismo no sería otra cosa que un movimiento nacionalista defensivo ante los ataques externos de los vencedores de la guerra. Esta interpretación, básicamente, establece el Fascismo como una consecuencia político-económica de la guerra y a su vez, una solución a la crisis europea. Es una teoría muy sostenida por los autores, aunque se engloba en un contexto más amplio ya que intervienen más factores políticos, económicos y sociales.

La interpretación que más se ha asentado es la “políticamente correcta”, la “oficial”. Según esta teoría, como se ha visto, y grosso modo, establece que el fascismo es un movimiento nacionalista de la derecha reaccionaria, racista y antisemita, que aspira al control total del Estado estableciendo la organicidad de una sociedad que, a su vez, se ve como una jerarquía de disciplina y obediencia hacia el líder, el cual les guiará hacia los propósitos de la patria. Además, esta historiografía establece que el fascismo se opone a la lucha de clases e impone un sistema antidemocrático y anticomunista. Como todos sabemos, esta teoría, a pesar de ser la más asentada, se desvía mucho de la realidad ya que hubo muchos “fascismos” o imitaciones del Movimiento Fascista, el italiano, y por ello cada movimiento presenta unas singularidades. Las leyes raciales, por ejemplo, en Italia no se establecen hasta 1938, es decir, ¿Esto quiere decir que Italia comienza a tener un régimen fascista en 1938? Además, la premisa racial no es percibida ni aceptada en muchos movimientos europeos como el español, el irlandés… mientras que otros sí que se consideraron racistas y antisemitas como los movimientos croatas, franceses y rumanos, entre otros.

El estudio de Jordi Garriga (2018) interpreta el fascismo como una consecución de acontecimientos en el tiempo partiendo desde la Revolución Francesa. Según este estudio, el Fascismo comienza a gestarse con el estallido de la Revolución Francesa de 1789, periodo en el que el nacionalismo y el sentimiento patriótico de la sociedad rompe los esquemas estamentales del feudalismo y el súbdito pasa a ser ciudadano con unos derechos y leyes pero, también, forma parte de un cuerpo, la patria, en el que el individuo comienza a ser una parte de este, estableciéndose así el concepto organicista de la sociedad –el hombre ahora es consciente de su patria y ese sentimiento le hace formar parte de ella a modo de órganos de un cuerpo-. Además, en esa narración lineal, el autor establece que la culminación de esa evolución del nacionalismo desemboca en el Fascismo. Una vez analizado el fascismo desde el punto de vista del nacionalismo histórico, el autor observa los apoyos del fascismo y, necesariamente, establece a los socialistas y, sobre todo, nacionalistas, futuristas y sindicalistas-revolucionarios como partidarios de las teorías de Sorel. El Fascismo, con ello, es un movimiento que aglutina a las posturas revolucionarias, por tanto, rompiendo con el pasado y el tradicionalismo político, es un movimiento nacionalista pero también de sustrato sindicalista revolucionario.

De manera similar establece Paxton que, aunque el Fascismo fuese la novedad del siglo XX, comienza a gestarse a partir de la década de los noventa del siglo XIX. Sin embargo, interpreta el fascismo como una reacción del conservadurismo derechista, justo en esa década de 1890, cuando la izquierda lucha por maximizar el sufragio para, de esta manera, según Engels, obtener mayorías socialistas en los países. Esto, supone gran temor en los partidos conservadores que se refuerzan y, como consecuencia, comienza a surgir un nacionalismo radical. Sin embargo, se ha observado que el Fascismo es anti conservador y anti individualista. Esta situación genera un arraigo en la sociedad burguesa que culminará ya en el siglo XX. Concretamente los países donde triunfa el Fascismo son Italia y Alemania que, además, habían culminado sus procesos de unificaciones nacionales en 1870 estableciéndose un auge del nacionalismo tanto en la sociedad como en la política, quizá esta teoría parta de esa interpretación.

Paxton propone la teoría del “mínimo” y “máximo” fascistas. Establece que, para hablar de fascismos, estos movimientos deben tener un “mínimo fascista”, es decir unos conceptos ideológicos y premisas características que se den en todos los movimientos, pero también debe haber un “máximo fascista”, sobre todo en aquellos movimientos con fuerza y que una vez en el poder –los que triunfan- se radicalizan. Con ello, se establecen unas alianzas “fascistas” que son las que hicieron posible el triunfo de este movimiento, considerando al que triunfa –Italia- como Fascismo genérico, siendo los demás movimientos “regímenes corruptos y deformados” que, al no tener una estrategia definida y unas alianzas, no se asentaron en el poder y, consecuentemente, no lo manejaron[3]. Por lo tanto, esta visión establece que el fascismo que triunfa es el alemán e italiano por tener unas alianzas previas, cayendo en desgracia los demás. En esta interpretación, entraría también el comunismo estalinista debido a sus características y, sobre todo, al pacto germano-sovietico, es decir, a una alianza entre potencias similares.

Paxton establece también que el Fascismo es el detonante de la II Guerra Mundial, similar a las posturas de la mayoría de los autores. Es decir, se interpreta el fascismo desde un punto de vista amenazante a los intereses de las democracias occidentales y, fruto de ello, como el causante de la guerra. Esta teoría no es del todo cierta si atendemos a los principios en los que se sustentan los sistemas democráticos occidentales tras la I Guerra Mundial, mediante la cual se establecen, por la fuerza (Joaquín Bochaca, 1982), mediante la imposición de tratados imposibles de cumplir o, de ser posible su cumplimiento, no equitativos para todas las partes, además de las modelaciones de territorios –surgen nuevos países a costa de los países ya existentes, desaparecen otros, se merman fronteras para contentar a unos…-. El fascismo, así, sería producto de la corrupción democrática, como puso de manifiesto el Tratado de Versalles, por ejemplo, contentando solamente a los vencedores, o a una parte de ellos, sobre todo Francia, Inglaterra y el verdadero vencedor, EE.UU.

Keynes ya vio el problema de los tratados de paz estableciendo en Las consecuencias económicas de la paz que los países vencedores impusieron medidas exageradas para con los vencidos y, que, si esto no se paraba, desembocaría en otra guerra como la pasada. Por lo tanto, se observa que la teoría de que el fascismo genera otra guerra no puede ser aceptada en su totalidad, cuando, sin embargo, es consecuencia de ella y sobre todo del revanchismo de los tratados de paz, un revanchismo que sufrió Italia con Fiume, por ejemplo, a pesar de haber sido un país vencedor en la guerra junto a Francia e Inglaterra.

Bolinaga, también desde un punto de vista de las ideologías, como la mayoría de los autores, interpreta el Fascismo como una mezcolanza de nacionalismo y socialismo, atendiendo a ese “fascismo genérico” o primitivo que surge en Italia según las premisas de sus fundadores, así como la procedencia política de ellos. Sería una interpretación histórica, también, en el sentido de que la evolución del nacionalismo y del socialismo, por separado, desembocan en un mismo movimiento en el siglo XX, siglo en el que se implanta un sistema muy parecido en Rusia, el Comunismo soviético. Por ello, continua el autor, es un error tachar el fascismo como un producto de la Extrema Derecha europea ya que hunde sus raíces en la extrema izquierda, sobre todo en el fascismo genérico de 1922, aunque también se observa en el ala “izquierdista” del nacionalsocialismo alemán. Esta teoría establece una continuidad histórica y lineal en el tiempo si observamos las revoluciones del siglo XIX, unas revoluciones englobadas por la “historia oficial” en el siglo de las revoluciones -ya fuesen socialistas o nacionalistas-. Es decir, la izquierda radical desembocaría en un nacionalismo mediante el cual sustenta su ideología, como en los ciclos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848, estudiados “por activa y por pasiva” en colegios y universidades. Además, no es extraña esta teoría ya que se basa en que las revoluciones mencionadas, entre otras tantas, parten de una idea liberal, con componentes antimonárquicos y anticlericales –según el país-, como la Revolución Francesa, por ejemplo, y pretenden avanzar hacia una sociedad más “democrática” con la consecuencia del surgimiento de constituciones y nuevos países.

Jano García, en tesitura convencional en cuanto a denominar todo como una lucha entre la izquierda (socialismo) y la derecha (capitalismo) desde un punto de vista político-económico, también establece el fascismo, el nacionalsocialismo y el bolchevismo como parte de un absolutismo nuevo[4], propio del siglo XX, el cual ha bautizado como el siglo del socialismo criminal. Según el autor, desde su visión liberal de la historia y la sociedad, los movimientos fascistas son herederos de las teorías del socialismo, una herencia que los llevó a establecer sistemas totalitarios demostrando la intervención estatal en todos los ámbitos de la sociedad. Es decir, serían anticapitalistas y antiliberales, pero también anti conservadores, siendo el comunismo un movimiento fascista dentro del análisis político y económico, o, por el contrario, el fascismo no sería más que otra novedad surgida tras la Revolución bolchevique que, en parámetros similares a los soviéticos, impondrían un sistema socialista controlando el ámbito público y también el privado de la sociedad.

Esta teoría rompe con el esquema económico-marxista según el cual el fascismo es el estadio último del capitalismo. Evidentemente, la teoría marxista queda relegada a un segundo plano ya que el Capitalismo, al menos el clásico, pretende no intervenir en la economía de un país dejando que el mercado se autorregule mediante el equilibrio que tanto la oferta como la demanda deben generar. Por tanto, aunque su concepción de la sociedad y la historia sean de enfrentamiento entre el binomio izquierda-derecha, el autor nos da una visión que rompe con los esquemas establecidos al englobar el fascismo y el nacionalsocialismo dentro de sistemas económicos puramente socialistas, acabando así con la concepción capitalista del fascismo[5].

Gentile, por el contrario, interpreta el movimiento como algo ligado a la persona del líder, en este sentido Mussolini pero que también se puede aplicar a Hitler, Mosley, Franco…. El Fascismo no se ha aplicado nunca en la práctica, según el autor, y parte de la idea de que el Fascismo es Mussolini. La admiración a Mussolini, y no por todos los italianos, es el Fascismo. Es decir, cuando el líder desaparece el movimiento también lo hará. En esta teoría convergen la mayoría de los autores, aquellos que establecen que sí dentro de las premisas que caracterizan al Fascismo no se encuentra la del líder carismático y todo poderoso, el Fascismo no existiría. Parte de la base de que el Fascismo no tenía teoría inicial y, aceptando esto como cierto, podemos establecer que el movimiento se va desarrollando y definiendo después, por lo tanto, no se hablaría de Fascismo sino de la ideología del líder, mussolinismo[6]. El Fascismo, incluso, alimentaba esta imagen en la cual Mussolini era el componente originario del mismo, el creador e inventor. Esta teoría está bien argumentada y la experiencia histórica, a excepción del comunismo, establece que en la práctica todos los movimientos que suponen un culto al líder del movimiento, también caen cuando el líder desaparece. En España se observó con Franco que, lejos de ser Fascista, en su movimiento se estableció el culto a la persona –caudillo- vivo en todos los ámbitos de la sociedad española. El comunismo soviético, por el contrario, también estableció el culto al líder –Stalin- pero, con la muerte de este, el movimiento comunista soviético de la URSS continuó hasta 1991. Así pues, teniendo en cuenta que el Régimen de Franco y Stalin, por mencionar los ejemplos citados, no eran fascistas, se puede establecer la interpretación del (no) fascismo como posible en el ámbito investigador de los estudios que relacionan el fascismo como sinónimo del culto al líder del mismo. Además de ello, como se ha venido observando, el Régimen de Franco, por ejemplo, es un régimen que se constituye sin una revolución debido a que los militares son los que se encargan de la vida política mientras que el Comunismo soviético no podría ser tachado de fascista debido a que no cumple una de las premisas básicas, el anti marxismo. Sea como fuere, el fascismo, una vez asimilado en la sociedad, precisa de un líder que, si no está presente, tampoco lo estaría el movimiento, aquí, por tanto, se diferencia bastante bien de regímenes dictatoriales derechistas o izquierdistas y comunistas, que mantuvieron su “carrera” en el tiempo sin un líder. El caso de Franco es peculiar porque, si bien es cierto que se mantuvo mientras el caudillo estuvo, también es cierto que no es el partido-milicia el que se impone en el poder y se identifica con el Estado.

Una teoría que también defiende Venner (op. cit.) al establecer en su definición del fascismo que este es un movimiento que desaparece cuando muere su fundador en 1945[7]. En postura similar se muestran otros autores como Bouhler (2017) quien denomina al “fascismo alemán” como Movimiento hitleriano que aparece en Austria y Alemania, con unas características totalmente diferentes a las del movimiento italiano, mussolinismo. Es decir, se interpreta el fascismo como un movimiento personal, en ese afán de culto al líder como característica intrínseca a tal movimiento, pero que cuando la persona que guía el movimiento desaparece, también lo hace este movimiento.

Payne (2018) a la hora de analizar las interpretaciones y teorías habidas sobre el fenómeno fascista parte de la idea de la que parten todos los autores y no es otra que la ausencia de una definición correcta. Por ello, continua el autor, hay innumerables teorías sobre el fascismo como la teoría marxista que interpreta el fascismo como una dictadura propia del capitalismo burgués, básicamente esta interpretación establece que el fascismo es la versión última del capitalismo, es decir, sería un “agente” del capitalismo. Es una de las interpretaciones más difundidas en la historiografía y establece básicamente que el fascismo no es más que una defensa de la burguesía para con sus intereses económicos, contra la revolución soviética que, a su vez, implantó otro nuevo sistema, el comunismo.

Aquí se observan, y se pasa por alto muchas veces, las denominaciones de “Revolución” para el caso soviético de la URSS y “Fascismo” para los casos italiano o alemán, por ejemplo. Es decir, los autores identifican “revolución” con el caso ruso y “fascismo” con el caso italiano, alabando la primera y despreciando la segunda cuando, en características y premisas, son similares pero que, sin embargo, en la práctica son diferentes. El comunismo, por el contrario, estableció un sistema totalitario mientras que el Fascismo apenas pudo consolidar un Estado autoritario. Por ello, se establecen más semejanzas entre el Nacionalsocialismo alemán y el Comunismo soviético que entre el primero y el Fascismo. Esta teoría por ello, es un error muy común, y por ello se hace necesario analizar cada fascismo o cada movimiento.

De aquí partimos a la interpretación de muchos autores que van más allá a la hora de establecer un Fascismo y sus movimientos secundarios como seguidores, ya que analizan el siglo XX como el siglo de los Totalitarismos. En cualquier libro de texto de historia –bachillerato, sobre todo- se observa que el siglo XIX viene enunciado como el “siglo de los nacionalismos y liberalismo” o, según el libro, “el siglo de los movimientos sociales y de las revoluciones liberales y el nacionalismo”, mientras que, por el contrario, a la hora de hablar del siglo XX se establece otra enunciación como “el siglo del ascenso del totalitarismo”. Es una interpretación que puede encajar ya que denominaríamos a la URSS y, sobre todo, a Alemania como movimientos similares con unas premisas idénticas, en la mayoría de los casos, y en menor medida el Fascismo italiano.

Esto no debe chocarnos pues es una visión de la historia que interpreta como el primer movimiento de tales características –sistema político más bien- al Comunismo soviético. De esta manera el Totalitarismo no surgiría en Italia en 1922 sino más bien en la Rusia zarista en 1917, provocando una revolución que deriva en guerra civil y hace que un partido-milicia tome el poder cambiando enteramente el sistema establecido con anterioridad. Esta interpretación no excluye a ningún movimiento y podría manifestar evidentemente que el siglo XX supone un cambio con respecto al conservadurismo militarizado y político del siglo anterior, al observar un nuevo siglo con unos sistemas nuevos, patrones que englobarían a casi todas las dictaduras surgidas en este nuevo siglo que, de componente inicial, llevan el nacionalismo. En este sentido, la URSS también entraría de lleno en esa conceptualización en la que fascismo es sinónimo de dictadura y totalitarismo, pero, sin embargo, el estudio, con ello, se hace más complejo, ya que entrarían en él muchos más movimientos y dictaduras que las habituales.

Si se interpreta el Fascismo, por el contrario, como un movimiento antimarxista y ultranacionalista, evidentemente la URSS quedaría fuera por su componente marxista y, a pesar de ser nacionalista, consecuentemente internacionalista[8].

Dominique Venner, por ejemplo, establece completa relación entre revolución y nacionalismo, no propias del siglo XIX sino como algo estrechamente ligado a lo largo de la historia que se ha materializado de muchas formas. Pero, para que haya revolución debe haber una toma de poder para poder constituir una nueva sociedad. Desde el punto de vista de la revolución, el autor interpreta el Fascismo como un movimiento italiano, revolucionario, que desaparece con la muerte de su fundador en 1945, es decir, un movimiento que va ligado a la persona que lo dirige. Según el autor, este movimiento es novedoso y revolucionario debido a que rompe con los esquemas de una sociedad “esclerótica” anclada en el temor a una revolución comunista. Es decir, el fascismo es una revolución y el comunismo también, sin embargo, se oponen como movimientos diferentes.

Otras interpretaciones, también muy comunes, establecen el fascismo como un militarismo agresivo con el nacionalismo como componente principal, estableciendo una evolución con respecto al militarismo del siglo XIX. Es decir, el fascismo sería el “bonapartismo” del siglo XX. Esta denominación del fascismo, comparando este con el bonapartismo, tampoco debería sorprendernos, siempre y cuando se tenga claro el término de fascismo. Brevemente se establece, pues, que en Francia estalló la Revolución Francesa y que, como consecuencia de esta, resultó un dictador –Napoleón- que mediante el ejército conquistó Europa para “difundir los ideales revolucionarios”. Aquí surge ya el nacionalismo, la revolución y el expansionismo como forma de imperialismo. Todos los movimientos fascistas precisan de un ejército –o milicia- para difundir sus ideales tanto dentro del país –donde surge la revolución- como fuera de este –territorios reclamados históricamente o considerados parte de un pasado glorioso o parte de un imperio perdido-. En el siglo XX, como se ha observado, surgieron muchas revoluciones y consecuentemente muchos “napoleones”, es decir, estaríamos hablando de que hubo tantos fascismos como países.

Esta interpretación, por tanto, marca una evolución del bonapartismo que, a su vez, encadena también con la interpretación del “Movimiento Nacional” que se dio en toda Europa, en la cual un caudillo encabeza un ejército que salvase a la patria de las “garras” del comunismo. Lo que otros autores han tachado de pretorianismo y que achacan a algo propio de las dictaduras, sobre todo, en Hispano América, donde más se dio este tipo de gobiernos de concentración nacional con militares a la cabeza. Además, pone de manifiesto, seguidamente, que el fascismo es un fenómeno novedoso y exclusivo del siglo XX. Es decir, el siglo XX es el siglo que, gracias a la evolución histórica y a los avatares político-económicos, hace posible el surgimiento de este movimiento. Diferenciemos, así, bonapartismo -un general con un ejército- de fascismo, más revolucionario y moderno, en el que hay un líder con un partido-milicia que toma el poder y pasa a controlar el Estado, ya que según Payne, en el momento que los militares toman el poder, no se puede tachar esa situación de fascismo, sino de pretorianismo o cualquier otra postura, ya que, por regla general, esta situación responde a muchos y variopintos factores -Estados de alarma o excepción, golpe de Estado, alzamiento…-.

Sin embargo, una de las premisas básicas del fascismo establece que es anti conservador –rompe con lo establecido anteriormente- y que también debe tener una milicia política –paramilitarismo- que sea la encargada de hacer la revolución y tome el poder. En palabras de Payne, como se ha mencionado, por tanto, cuando hay militares en el gobierno no pude haber fascismo. En esta interpretación entraría también de lleno los regímenes comunistas por su marcada actividad miliciana y por ser esta la creadora de una revolución que tome el poder, en la mayoría de los casos, por las armas. La revolución en este sentido no tiene por qué ser violenta, pues recordemos que el Nacionalsocialismo alemán entró en el poder democráticamente.

Nolte (1975) se mantiene en una posición similar a Payne a la hora de interpretar el Fascismo. Este, según el autor, sería el resultado último de un largo proceso de militarización en mezcla con el nacionalismo del siglo XIX. En esta evolución, los actores tradicionales de la política –como los militares, por ejemplo-, que intervenían a su antojo cambiando todo cuanto querían, ya no serían los protagonistas ya que el fascismo supone una renovación de la política con matices modernos. Es decir, el pretorianismo quedaría reducido a las dictaduras convencionales, aunque estas también presenten rasgos modernizadores, y anticomunistas, palpables, como Miguel Primo de Rivera, Salazar, Franco, Antonescu, Metaxas…. Es decir, a la hora de interpretar el fascismo hay que tener en cuenta el concepto de revolución, ya que en el momento que hay “copia” -imitación- ya no puede haber fascismo, así como tampoco en el momento que se mantienen instituciones políticas anteriores. En casos concretos hay movimientos nacionales que toman el poder o regímenes autoritarios y dictatoriales que apoyan el fascismo según sus intereses o colaboran con el cómo ocurrió en Europa.

Una interpretación que se mantiene en la misma línea de las anteriores, que intenta explicar el fascismo como una revolución, la explica Raúl Bernal Meza quien realiza una historia comparada. Según el autor, no se puede interpretar el fascismo sin antes establecer qué es fascismo y cuáles fueron los primeros. Aquí surge la teoría clásica de “fascismo genérico” y émulos, compartida por todos los autores. Su interpretación establece una simbiosis del análisis de Buchrucker y plantea la hipótesis en la que solo pueden ser tachados de fascistas aquellos que comparten las características del fascismo genérico, es decir los movimientos italiano y alemán, por ser estos los que triunfan y se instalan en el poder. Es decir, es una interpretación sencilla pero que deja al descubierto esa semejanza entre Fascismo Genérico y Revolución, siendo considerados los movimientos posteriores como “movimientos fascistas” y no como “fascismo genérico”. Se establece una comparación con la Revolución Industrial, cuando por primera vez aparece la transformación tecnológica a través de las materias primas, e industrialización, es decir, las transformaciones de esa revolución implantadas o imitadas en otros lugares[9]. Repetimos que no es una teoría del autor, sino que es una comparación que este autor hace mientras analiza la tesis de un experto como Buchrucker.

Rubén Montalbán (2017) a través de una explicación sociológica establece que la guerra y la crisis económica tras 1918 son una consecuencia favorable a la aparición del fascismo en Europa, destacando la caída del Sistema Liberal y propiciando una nueva forma de dictadura. Aquí, se establece que las masas son actores nuevos en la política, cuando antes solamente intervenían para depositar una papeleta. Ahora, intervienen muchos más actores en la nueva escena política que, a su vez favorecieron la aparición de este nuevo fenómeno. Es decir, sin el apoyo social del Fascismo, este no hubiera podido triunfar. De aquí se deriva que en los países donde no triunfó este movimiento fue por falta de apoyo social, como se muestra en el caso español donde la derecha radicalizada estaba a años luz, en seguidores, de Falange Española –fascismo español-, por ejemplo[10]. Aparece en Europa una extrema derecha, como se ha mencionado antes, que intenta hacerse un hueco, asumiendo premisas del fascismo, como el discurso radical, la violencia, el nacionalismo exacerbado, estética y jerarquía… pero que, sin embargo, no dejan de ser movimientos derechistas “fascistizados”, atraídos por el fascismo y que a su vez usan este para con sus propósitos políticos. De aquí se deduce la característica ya mencionada del interclasismo del fascismo, ya que arrastró a un espectro social muy amplio de cualquier clase, un espectro desesperado por la situación de crisis[11]. También el Fascismo, mediante esta situación de crisis y crispación, se asentó en aquellos lugares donde fracasaron las alianzas democráticas.

Edgardo Ricciutti (2006) establece en su interpretación, también desde un punto de vista histórico y homogéneo –Italia y Alemania-, que son las vicisitudes históricas propias de esos países las que fomentaron el establecimiento del Fascismo, dentro de un proceso histórico de violencia y debido a los procesos de Unificación nacional. Es decir, el fascismo es posible solamente en esos dos países que concluyeron de manera tardía el proceso nacional de unificación, a finales del siglo XIX. A su vez, el autor reconoce perfiles contradictorios en el fascismo debido a la multiplicidad de versiones de los autores, un hecho que pone de manifiesto la imposibilidad de conclusiones simples, y compara, además, el movimiento italiano, de concepción más espiritual del Estado, con el alemán, más idealista, estableciendo que es la intelectualidad italiana la que hace posible el Estado fascista dentro de una concepción de corporativismo inspirado en la Edad Media debido a su organicidad social[12], es decir, lo que Mandel establece como un efecto catalizador de la crisis del capitalismo[13]. Sin embargo, su interpretación se basa en la sociología también al observar que el factor clave del fascismo italiano es la vinculación de las masas, sin las cuales no existiría.

Además, las masas son las que afianzan el sustento del líder, que sustenta así el ordenamiento totalitario y personalista del fascismo, a través de técnicas de comunicación perfectamente estudiadas. Es la propaganda, pues, a través de los medios y las técnicas de comunicación –educación, radio, carteles, discursos…- la que favorece el culto al líder y, por tanto, el Estado totalitario dentro de un sistema corporativo sustentado en primera instancia por las masas, cansadas de las crisis y decepcionadas con los sistemas democráticos imperantes en el momento.

Según Mandel (op. cit.) será la capacidad de la burguesía nacional la encargada de maniobrar entre el imperialismo y las masas. Según esta interpretación, en los países con escasa burguesía –y/o clase media- o con burguesía dispersa y no asentada en la sociedad, es decir, sin poder sobre ella, no habría posibilidad de que naciese un movimiento fascista destinado a triunfar en el poder. Por ello que solamente triunfase en Italia y Alemania, países en crisis tras la guerra con revueltas populares en la sociedad que amenazaban los intereses de la burguesía, además de haber sido los últimos en terminar sus procesos unificadores. Lo que Javier Jiménez Campo (1980) estableció como unos rasgos básicos de la ideología en aquella Europa, es decir, que el fascismo nació porque había una ideología establecida dentro de una “coherencia” interna que aspiraba a integrar la colectividad[14]. Entre esas premisas debe estar la identificación de un enemigo común, un líder carismático y fuerte, una reconstrucción del pasado, la mitología de la unidad o el establecimiento de todas las clases en una sola para eliminar la lucha de clases, entre otras premisas. Un contraste que se engloba en el romanticismo y el nacionalismo europeos, en un periodo en el que todas estas características eclosionaban en la cumbre, dándose todas, o casi todas, ellas en este periodo de entreguerras, no solo en el fascismo, como ya hemos visto, sino en el comunismo y en la derecha radical e incluso en movimientos de izquierdas.

Todos los movimientos de regeneración o de concentración nacional, sean o no fascistas, necesitan una voz –líder- que atraiga a las masas –cuantas más personas encuentren el discurso mejor- y se sustenten en un pasado glorioso para rememorar aquellos tiempos en los que la patria era conocida por otros pueblos. Sin embargo, los partidos comunistas triunfantes o dependientes de la revolución soviética de la URSS también hicieron alarde de un pasado glorioso, dentro de un proceso revolucionario que cambió el sistema establecido hasta ese momento imponiendo una ideología al pueblo que, voluntaria o involuntariamente, siguiera al líder como salvador de la patria. La diferencia estriba en que, si bien para el comunista el obrero es proletario, para el fascista lo es la nación, pero ambos tienen un saludo, unos desfiles y simbología, dentro de un ambiente paramilitar o miliciano, en un sistema nuevo en el que el partido revolucionario se ha hecho con el poder y ha cambiado el sistema, sin ninguna oposición ya que los demás partidos están prohibidos o son censurados y eliminados. El temor y el discurso glorioso, tal vez, son factores que hacen que las masas se sientan identificadas con su Stalin o Hitler de turno, en esa guerra justa por la patria para librarse del yugo enemigo, y por tanto esclavizador.

Un planteamiento similar hace Nolte (op. cit.) al establecer la revolución soviética como una barbarie siendo Hitler el “elegido” para frenarla. Hitler aparece, así, como el “salvador” de Europa frente al comunismo, un hecho que arrastró a los fascistas y simpatizantes a una guerra frontal contra el comunismo. Borejsza (op. cit.) establece, a grandes rasgos, que, sin el triunfo de Mussolini, Hitler no habría triunfado mientras que, a su vez, sin el temor a la revolución bolchevique de Rusia, el nacionalsocialismo alemán no habría encabezado la cruzada contra el comunismo en 1941. Es decir, es un análisis metódico a través de la violencia y la revolución.

Sea cual fuere el punto de vista de las interpretaciones del fascismo, político, económico, social, psicológico, sociológico, marxista… se observa que tampoco hay univocidad en los enfoques por lo que es muy difícil establecer qué es y qué no es fascismo. Es decir, la falta de un programa definitorio en el que sustentarse, la crisis económica, la posguerra y el revanchismo, la debilidad de la democracia y el sistema liberal, favorecen el surgimiento de movimientos nacionalistas y revolucionarios que hagan, a su vez, cambiar el sistema preestablecido.

 

Conclusiones

En resumen, el comunismo podría englobarse dentro de la definición de Fascismo si obedecemos a los patrones impuestos por la historiografía tradicional al considerar todo lo que suene a totalitario como netamente fascista, debido a que ese el fin último, el control del Estado. Y podríamos englobarlo, repito, debido a que el comunismo aspiraba a lo mismo que Hitler y, en menor medida, Mussolini, es decir a la consecución de un Estado dictatorial y totalitario que controlase absolutamente todo. Por ello, quizá, entre otras cosas, hoy en día se tache todo lo que suene diferente como fascismo para encubrir, según quien lo diga, el totalitarismo opuesto. En el aire queda la duda sobre si el movimiento italiano es el que inicia la revolución y por ello todos los demás son tachados y denominados como fascistas o si simplemente el fascismo es italiano y los demás son movimientos propios que comúnmente se dan en un mismo espacio del tiempo con unas características y pretextos similares, siendo válida la denominación de fascista para todos ellos.



[1] PAYNE, op. cit., pp. 222-223

[2] BOLINAGA, op. cit., pp. 271-274

[3] El fascismo puro es aquel que surge en Italia y se moldea en Alemania, los demás movimientos son imitaciones y no llegan a triunfar debido a sus alianzas. En PAXTON, ROBERT O., Anatomía del Fascismo, Capitán Swing, Madrid, 2019, pp. 344-346; también una posición similar en Zeev Sternhell (1986), p. 270

[4] GARCIA, J., El siglo del socialismo criminal I, Independently published, 2017

[5] Dominique Venner establece que el socialismo tiene muchos significados debido a que ha sido utilizado por numerosos y diversos movimientos, personas tan diferentes que han interpretado el socialismo de una manera u otra. VENNER, D., ¿Qué es el nacionalismo?, ediciones Fides, Tarragona, 2014, pp. 95-96. Por ello, no es conveniente comparar los sistemas de Hitler y Lenin, por ejemplo, pues, como ocurre en el Fascismo, el socialismo tiene matices también.

[6] GENTILE, E., Quién es fascista, alianza editorial, Madrid, 2019, pp.38-39

[7] Venner, op. cit., p. 83

[8] Recordemos que en líneas generales siempre. En este sentido, el planteamiento marxista e internacionalista quedaría no solo desechado, en muchos casos, sino que tampoco se aplicará en la práctica. Véanse los ejemplos de URSS con Stalin, China con Mao, Cuba con Fidel….

[9] La Revolución siempre será un cambio radical que rompe con lo anterior para imponer algo novedoso y, por lo general, no existente. Por ello que primero aparezca la revolución y después la imitación, al expandirse esta.

[10] FE de las JONS apenas tuvo un espacio en el espectro político-social de España debido a que este estaba copado por la derecha radicalizada, que había asumido formas del fascismo, sobre todo en su estética y discursos.

[11] MONTALBAN LOPEZ, R., “Revisión sociológica del fascismo europeo en el periodo de entreguerras”, Anduli, nº15, 2016, pp. 83-101

[12] RICCICUTTI, E., “Ideología y política en el Estado fascista”, Politeia, vol. 29, nº 36, Universidad Central de Venezuela, 2006, pp. 40-57

[13] MANDEL, E., El fascismo, Akal, Madrid, 2011

[14] JIMENEZ CAMPO, J., “Rasgos básicos de la ideología predomínate entre 1939 y 1945”, Revista de estudios políticos (Nueva época), nº15, 1980

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