Los antecedentes del Fascismo

 

La novedad política y social del siglo XX, el Fascismo, se implantó en Italia en torno a 1922, sin embargo, hunde sus raíces en un contexto muy amplio que se va configurando desde la Revolución Francesa hasta el periodo de Entreguerras (1919-1939), pasando por los avatares históricos del convulso y revolucionario siglo XIX.

El Fascismo fue un movimiento que rompía con los esquemas de la vieja política europea mientras se presentaba, a su vez, como adalid de un nuevo orden mundial. Un fenómeno político que combinaba el sindicalismo radical, el nacionalismo, el socialismo no marxista, el totalitarismo, el modernismo político y el afán revolucionario, entre otras cosas, mientras se mostraba en una tercera posición política contrario a la derecha y la izquierda, contrario al marxismo y comunismo, pero también al liberalismo político.

A pesar de todo, los antecedentes del fascismo hay que buscarlos principalmente en la Francia de finales del siglo XIX, en la Alemania y Rusia de 1920 y en la ciudad de Fiume en el verano de 1919. Surgen, así, unos factores, características y parafernalia, que favorecerán el surgimiento del Movimiento Fascista y, consecuentemente, otros tantos grupos que lo imitaron o que vieron en aquel fenómeno su modelo a seguir.

Los antecedentes del Fascismo se encuentran, pues, en la irrupción en la política francesa del partido derechista radical de Action Française, a través de las ideas de Charles Maurras, la radicalización y el voluntarismo de los cuerpos francos como los Arditi, Freikorps o Heimwehr, por mencionar algunos ejemplos de época temprana, la renovación del conservadurismo en la derecha alemana, la Revolución soviética, las ideas sindicalistas-revolucionarias de Sorel, el surgimiento de una ideología un tanto peculiar y ambigua como era el nacional-bolchevismo o la toma de Fiume, que dejan de manifiesto un cambio que se palpaba ya desde finales del siglo XIX en Europa y que favoreció el asentamiento de un nacionalismo radical, la revisión del socialismo y el sindicalismo, la camaradería tras la guerra y la organización de milicias revolucionarias y paramilitares englobadas en movimientos revolucionarios -no militares-, la radicalización de la derecha que tendía hacia el conservadurismo extremo, el autoritarismo y el nacionalismo como, de igual manera, también ocurrió en las izquierdas, las cuales se mostraron cada vez más totalitarias. Todo ello pone de manifiesto un hervidero sociopolítico que culmina con un nuevo modelo político, nacionalista, autoritario y de masas que atrajo a muchísima gente a sus filas y que rompía con los moldes establecidos por la Europa del Concierto de Viena y, después, la Sociedad de Naciones.

Todos estos factores contribuyeron al surgimiento del fascismo en Italia. Pero, además de estas características, la situación política, económica y social de Italia tras la guerra dejaba de manifiesto una política debilitada y un liberalismo democrático incapaz de resolver los problemas nacionales como el empobrecimiento de la población, la inflación, el Bienio Rojo, los distintos gobiernos que hubo en apenas 5 años, la conflictividad social, la tardanza en reconvertir la industria de guerra, la radicalización social y los problemas derivados del incumplimiento por parte de los aliados de los tratados para con Italia, entre otras tantas cosas. Se observa pues que Italia era el lugar idóneo para el surgimiento de una ideología sociopolítica de masas que atrajo a millones de personas y contó con muchos adeptos de toda clase, desde trabajadores y campesinos hasta intelectuales, médicos, izquierdistas, nacionalistas, futuristas, sindicalistas, artistas, arquitectos… y que terminó por cambiar el panorama político, económico y social de una Italia plenamente en crisis, expandiéndose después a Europa.

Debido a que el Fascismo es un movimiento de acción -surge sin una ideología definida y se va perfilando a medida que avanza y evoluciona en el tiempo- conviene ver sus antecedentes para, de este modo, entender un poco mejor su configuración ideológico-política.

El surgimiento del Fascismo no se entiende sin su contexto histórico-político y socioeconómico más próximo, la I Guerra Mundial y el convulso, largo y revolucionario siglo XIX. El siglo XIX tiene un antecedente directo y ese es la Revolución Francesa de la cual, siguiendo a Jordi Garriga, surgen muchas ideologías como, por ejemplo, el nacionalismo, además de un socialismo primigenio que comienza a fraguarse ya en la Francia revolucionaria.

De todas las perspectivas tratadas por los historiadores, es innegable que la Revolución Francesa tuvo como un factor importante el nacionalismo. El pueblo y la burguesía se erigieron como protagonistas de un levantamiento que, debido a su repercusión, se puede considerar nacional. La Revolución Francesa será un ejemplo para el resto del continente europeo ya que en apenas unos 50 años estallarán revoluciones por doquier, como se observará en los ciclos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848 y que traerán, consecuentemente, el siglo XX, el siglo del Fascismo.

 

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Sus antecedentes no estaban tan lejos en el tiempo pues provenían de un afán revolucionario y del recién finalizado siglo XIX en el cual el nacionalismo era un hecho presente en la sociedad, que caracterizó y acompañó a las principales revoluciones europeas y americanas. Además, en los países en los que se asienta en el poder, Italia y Alemania, eran naciones recién creadas, habían culminado su proceso de reunificación a finales del siglo XIX y ambos habían combatido directamente en la I Guerra Mundial, en diferentes bandos.

Si el liberalismo y el socialismo habían sido, entre otras, las ideologías predominantes del siglo XIX, el nacionalismo, que se va configurando en ese siglo también, culminará en el siglo XX en muchas formas, entre ellas la del fascismo. En palabras de Gentile “la definición del fascismo es su historia” (2019). Es decir, el fascismo es un movimiento que surge en un periodo determinado y que se explica mediante su duración. Sería un fenómeno del siglo XX que no ha tenido predecesores y a día de hoy no se ha vuelto a dar en la práctica. Es la evolución, por ende, y su repercusión las que deberíamos analizar hasta llegar a su implantación, pues como se ha mencionado, su trayectoria, incluso, desde sus inicios, se puede situar en la Revolución francesa, hasta el siglo XX, concretamente hasta su implantación en 1922. Tras ello, habría que comparar los diversos grupos surgidos.



 


La revolución francesa como expresión nacional

 

En 1789 estallaba en Francia la Revolución Francesa. En un primer momento de carácter demo-burgués y liberal pero que, después, terminó por arrastrar a su causa al pueblo en su conjunto, a la mayoría, es decir al Tercer Estado. A grandes rasgos, la Revolución Francesa trajo consigo dos clases de nacionalismos, o dos concepciones de la Nación.

En un primer momento, y dentro de la Revolución, personajes como Sieyès, claves en la Asamblea Nacional y en la elaboración de la constitución de 1791, teorizaban sobre la idea racional de la Nación. Precisamente es en este momento en el cual surge esa idea de un nacionalismo liberal, cívico y racional. Es decir, la nación la crea el hombre y para ello debe convivir a través de unas leyes y códigos que engloben a todos ellos por igual logrando una convivencia efectiva. Esta concepción de nación choca con la concepción alemana sobre la nación, que surgía además en contra de esa Revolución que se expandía por el continente europeo.

Y es que mientras la Francia de Napoleón invadía las naciones europeas, expandiendo esa revolución, países sometidos a Francia como Alemania (Prusia en este momento, sobre todo) teorizaban, por el contrario, un nacionalismo romántico en el que la nación es asumida como un órgano en el que el hombre no crea nada, sino que ya estaba creado siendo el hombre quien lo mantiene con el paso de la historia, que comprende a su vez un idioma, una cultura, etnia y tradiciones comunes.

Es decir, la nación es un órgano y no un conjunto de leyes. Hay que entender esto ya que el contexto donde surgen ambos conceptos nacionalistas es similar, es un contexto revolucionario y bélico, donde los teóricos de diferentes países teorizan el nacionalismo para justificar y legitimar o bien la invasión o bien la defensa de un territorio.

El nacionalismo que nos ocupa, que es el que va a influir en el fascismo, es el segundo. Y es que el organicismo y el romanticismo van a calar hondo en los discursos nacionalistas de los fascistas europeos, llevándose al extremo en un contexto también de revolución y guerra. Los italianos y, en mayor medida, los alemanes -y los seguidores de su escuela- pondrán en marcha un nacionalismo revolucionario que atraerá a las masas, estando, a su vez, en el centro del discurso. Basándose, entonces, en la idea de que la nación es un órgano y que además no comprende las clases, ni las ideologías… sino que engloba a todos, es la nación la proletaria y no el obrero.

Por ende, el estallido de la Revolución Francesa desembocó, entre otras muchas cosas, en dos tipos de nacionalismo. El que teorizaban sus afines, más cívico y político, y el que asumían sus enemigos, un nacionalismo antiburgués y antifrancés, ambos configurando en mayo o menor medida el siglo XX.

 

La revolución conservadora. Una nueva derecha

 

Tras la Revolución y el Concierto de Viena de 1815, aparece en Europa un nuevo pensamiento que se asienta con cada vez mas fuerza en las ideas políticas. Y es que muchos pensadores viendo lo que había ocurrido en Francia van virando hacia una ideología mas conservadora. Tal es así que, tanto en Francia como en Alemania, nuevamente, y después en el resto de Europa, se configura un pensamiento conservador que llega a la sociedad.

En este sentido, la tradición revolucionaria, la inestabilidad política que comienza a darse a comienzos del siglo XX, el surgimiento del bolchevismo en 1917, las crisis económicas, el imperialismo y el colonialismo, la debilidad del liberalismo… favorecen, en su conjunto, el surgimiento de una derecha radical y reaccionaria –extrema derecha- que conjuga un nacionalismo integrista partidario de la monarquía o tendencias monárquicas, un antiparlamentarismo cada vez más radical, y la idea de la contrarrevolución como método para frenar lo que, por aquel entonces, se asociaba a la izquierda, la revolución.

Estas teorías de extrema derecha surgen con Charles Maurras e influyeron en muchos partidos de Europa que cada vez se acercaban más a estos postulados, además de establecer algún principio cercano al fascismo. También predominaban ideas que pugnaban por un “cirujano de hierro”. Esta teoría establecía una idea regeneracionista que puso en marcha Joaquín Costa en su libro Oligarquía y Caciquismo, en el cual hace ver que España –y como ella muchos países ya que su teoría influyó en la visión de países europeos- estaba enferma y precisaba, básicamente, un cirujano que la curase, es decir, aparece la figura de un hombre fuerte que sea capaz de salvar al país y conducirlo hacia la grandeza.

Sin embargo, los aspectos anteriores habían surgido a partir de 1819 con la aparición del conservadurismo político y del Romanticismo cultural. Tras la caída de Napoleón, surge la idea de restaurar los valores políticos y tradicionales de la Europa anterior para volver al concierto y equilibrio políticos propios de esa época. El conservadurismo se manifestó en todos los países del momento, pero, sobre todo, apareció con más fuerza en Inglaterra, Alemania –Prusia-, Austria y Rusia. Esta idea se mantendrá durante todo el siglo XIX y estará presente en Alemania tras su unificación, en Rusia hasta 1917 y en Asutria-Hungria, formándose alianzas político-diplomáticas para evitar revoluciones. Los exponentes son por un lado Maurras en Francia, periodista católico y socialista que en 1899 fundó la Acción Francesa que se convirtió en un movimiento muy activo, monárquico, nacionalista y antisemita, antidemocrático, integrista y reaccionario. Fue el primer movimiento de tales características en Europa, y hay autores que lo consideran la antesala del fascismo, aunque carecía del componente revolucionario y socialista. Por otro lado, el exponente del conservadurismo será Prusia, con Bismark a la cabeza, Austria y Rusia. Romualdi, analizando los antecedentes del nacionalsocialismo establece que hay anteriormente unos factores que lo configuran siendo la “Revolución Conservadora” uno de los más potentes. Los autores destacan el arraigo nacionalista en la sociedad alemana, de larga tradición, conservador y radical, representado sobre todo en la derecha radical, en grupos de excombatientes e incluso en la izquierda radical. Y es que se observa una tradición conservadora y nacionalista en Alemania, proveniente del siglo XIX, sobre todo, y que culminará justamente a partir de 1918 y favorecerá el surgimiento de más grupos. Lo que Kershaw (2003) establece como embrión del nacionalsocialismo ya en esta década de los años veinte. La utilización y movilización de parte de la derecha (sobre todo la considerada völkisch) por Adolf Hitler, en una remodelación política para con sus fines, debido a que, en la derecha reaccionaria y conservadora se agrupaba gran parte del pensamiento nacionalista, aunque carecía de ápice revolucionario.

Por lo tanto, en el conservadurismo se pueden observar esas características de la derecha radical como el catolicismo, la militarización, el monarquismo, antisemitismo, patriotismo y arraigo nacional, la reacción y contrarrevolución… como respuestas a una izquierda cada vez mas combativa auspiciada e influida por el marxismo y los ciclos revolucionarios.

 

Action Française y el Nacional-bolchevismo

 

En este conglomerado de finales del siglo XIX y principios del XX surgen dos posturas, en un primer momento diferentes, pero que se van a conjugar hasta dejar tras de si una ideología nacionalista y socialista con tintes revolucionarios, rompedora con los esquemas anteriores de la vieja política y de los pronunciamientos militares que cambiaban el poder decidiendo la suerte de un gobierno u otro.

Por un lado, a finales del siglo XIX surgía en Francia un partido político antisemita y monárquico, anti comunista y militarista, de la derecha conservadora francesa que evolucionó hacia posturas más radicales, pero sin abandonar su esencia el ultra conservadurismo monárquico propio de los grupos derechistas franceses.

En este sentido, Action Française –Acción Francesa- supuso una novedad en tanto que tenía fuerza en las calles y vestían uniformados, eran un grupo derechista pero que, contra todo pronóstico, se enfrentaba a los grupos izquierdistas en las calles. Eran grupos de choque, pero sin afán revolucionario, más bien al contrario, eran contrarrevolucionarios. Derechistas y conservadores, que abogaban por una monarquía conservadora que devolviese la grandeza a Francia, anti republicanos y anti revolucionarios, se organizaban en milicias que se enfrentaban a los grupos comunistas en las calles. Eran anti semitas y a pesar de ser el primer grupo paramilitar en Francia no pasaban de ser eso, un producto mas de la derecha militarista e intervencionista de la Francia de finales del siglo XIX.

Action Française no puede ser tachado de grupo fascista pues compartía las características propias de grupos del siglo XIX donde el nacionalismo, anti semitismo y el monarquismo se conjugaban con el recuerdo hacia glorias pasadas como, por ejemplo, Napoleón, y suponían solamente una garantía en las calles contra las izquierdas, quienes verdaderamente ostentaban el monopolio de la revolución. Sin embargo, nada más terminar la I Guerra Mundial, y con la Revolución Bolchevique de fondo, tenemos entre Alemania y la URSS el surgimiento de un grupo que podría haber sido el Fascismo Genérico de no ser porque en Italia surgió a la par otro movimiento entre Milán y Fiume con características parecidas y con mayor arraigo en la sociedad.

Mientras terminaba la guerra en Rusia había estallado una revolución jamás vista anteriormente, la revolución Bolchevique que favoreció que Rusia se saliese de la Guerra en 1917 y desembocó en una guerra civil que terminó con la tradición zarista, cambiando o solo el gobierno y la forma de este, sino que cambió el sistema imperante hasta entonces.

Los bolcheviques depusieron a los zares y pusieron en marcha un sistema comunista basado en una interpretación del marxismo en la cual el proletariado seria el protagonista en lugar del rey –zar- quien además llevaría el timón de los designios de la nación. La revolución se expandió y sus postulados también amenazando a Europa. En este contexto, independientemente de si se ve la revolución soviética como una revolución nacional o no, en Europa se vio con miedo por parte de los gobiernos mientras que las clases trabajadora intentaron imitarla como pasó en Alemania, Hungría, Rumania, Italia o España, por mencionar ejemplos donde estallaron revoluciones o intentos insurreccionales que fueron sofocados por los ejércitos nacionales.

Entre medias e Rusia y Alemania, entre medias de 1917 y 1919 se iba fraguando una “ideología de fronteras” que finalmente se conoció como el Nacional-bolchevismo, y que pretendía conjugar las teorías bolcheviques por medio de la colectivización y el socialismo con un nacionalismo. Esta ideología que en un primer momento no nos dice nada, fue mejorada o modificada en Italia que, dejando atrás el socialismo marxista o científico, puso en marcha una ideología rompedora con más “tirón” que el nacional-bolchevismo, surgiendo así el Fascismo. Es decir, la mezcla del socialismo, la revolución y el nacionalismo en una sola ideología que, además, era portada por la amplia mayoría de la población –las masas- y que aunque se promulgase ante un centenar de seguidores en Milán en marzo de 1919, no será hasta septiembre del mismo año cuando verdaderamente se ponga en marcha en Fiume por un poeta, excombatiente de la I Guerra Mundial, demostrando que el nacionalismo y el socialismo se podían conjugar de manera diferente que en Rusia, es decir, sin el componente marxista.

Surge así entre Francia y Alemania y Rusia un nacionalismo militante que defiende que el proletario ya no es el protagonista de la historia, sino que más bien es la nación la que es proletaria ahora.

 

El auge del militarismo y el paramilitarismo

 

El primer antecedente de la milicia, tal y como la entendió el fascismo, la encontramos en Alemania, cuando todavía no era una nación. Los autores establecen que los Freikorps o Cuerpos libres ya estaban constituidos en torno a los siglos XVII y XVIII. Se trataba de cuerpos de voluntarios de soldados irregulares de los pequeños y disgregados estados alemanes. Sin embargo, es tras la I Guerra Mundial cuando se les comenzó a conocer. Los Freikorps son grupos de extrema derecha de carácter paramilitar formados en su mayoría por excombatientes alemanes que se sentían humillados o que no comprendieron las razones de la derrota en la guerra, responsabilizando de esta a los políticos republicanos. Estas milicias colaboraron, además, con el Gobierno de la República de Weimar para combatir a los comunistas, entre otros, o defender las fronteras nacionales. Pero no solo combatieron contra los intentos de revoluciones, los Freikorps protagonizaron, entre otras cosas, el golpe de Estado –o intento- de Kapp, en el que se pretendía el derrocamiento de la República de Weimar, recién creada. Aunque pertenecían a diversos partidos y asociaciones, su ideología común era el ultranacionalismo, con un patriotismo idealizado y muy arraigado, además de ser, en su mayoría excombatientes anticomunistas que veían en la República de Weimar un enemigo común. Su implantación, tras la guerra, se debe, quizá, al aumento del paro y la mala situación económica de posguerra o la falta de incentivos. Los Freikorps supusieron una fuerza de choque anticomunista y fueron una realidad en aquella Alemania vencida en la guerra, que atrajo a muchos excombatientes y voluntarios. Vieron en el partido nacionalsocialista de Hitler su “lugar” y muchos de estos combatientes se afiliaron a las filas de las milicias nazis.

No tan lejanos en el tiempo, encontramos a los Arditi y las Heimwehr de Italia y Austria respectivamente. En torno a 1918 y 1919 aparecen ya grupos radicalizados de excombatientes a los cuales, a medida que termina la guerra, se van uniendo soldados, fruto de esa camaradería que habían creado en la contienda. La situación en estos países no es buena tras la guerra debido a que Italia, a pesar de haber vencido, tendrá una “victoria mutilada” apareciendo, nada más terminar la guerra, el sentimiento derrotista en los italianos. Además, aparece un caos social propiciado por esa crisis posbélica, una situación que el socialismo italiano pretende aprovechar. Austria, por el contrario, había salido perjudicada. A su derrota hay que sumar la pérdida de territorio y la culpabilidad –igual que Alemania- de la guerra, que recayó sobre esta nación. Los tratados de paz favorecieron ese clima de inestabilidad, Italia se sabía engañada y traicionada por los aliados mientras que Austria había perdido su imperio en la guerra debido a que combatió del lado alemán, además la crisis socioeconómica no ayudó. Las Heimwehr nacen como bandas armadas en la posguerra para proteger las fronteras austriacas. Eran organizaciones paramilitares que surgen de manera defensiva por temor a la disgregación del territorio tras la guerra, ya que el Imperio Austro-húngaro desaparece y Austria pasa a ser república. En la década de los años veinte las Heimwehr tomaron fuerza básicamente por el apoyo del exterior, hubo financiación externa de Alemania, Italia o Hungría. Los principales dirigentes, al contrario que ocurría con otros grupos, provenían de la oficialidad y de las clases medias. Sin embargo, a pesar de ser una fuerza de choque, las Heimwehr carecían de una ideología revolucionaria y nacionalista, ya que esta, en última instancia se dedicaba solamente a invocar la restauración de las “glorias” imperiales austrohúngaras. Era una organización violenta de corte reaccionaria y derechista que mantuvo contacto con organizaciones similares en Alemania y Hungría, aunque su etapa de esplendor se dará con el canciller Dollfuss, quien mantuvo buenos contactos con Mussolini. Solían ir uniformados o ataviados con uniformes militares y protagonizaron disturbios contra las izquierdas.

Italia, con respecto a Austria, no había perdido territorio de facto, aunque no recibió lo prometido, como Fiume y otros territorios. La situación era insostenible tras la guerra y la crisis económica ahondaba en el territorio. Además, el socialismo tomaba fuerza en aquel Bienio Rojo (1919-1920) donde los campesinos y obreros ocupaban tierras y fábricas respectivamente. Los arditi italianos procedían de los cuerpos de élite, eran excombatientes preparados y adiestrados, resentidos por la “traición” de los aliados y la situación interna de su gobierno, incapaz de tomar medidas. Nolte observa que los arditi eran los “únicos aliados en los que podía apoyarse Mussolini”, precisamente por esa fuerza y deriva que tomaba el socialismo italiano. Los arditi se caracterizaban por el uso de la violencia en acciones callejeras, mediante la cual se hacían notar y combatían a las filas izquierdistas. Como cualquier organización paramilitar, solían ir uniformados y tenían gran disciplina, fruto de su experiencia en el frente. Jesús de Andrés menciona que ya por estas fechas surgen los Fascios de Combate, en los cuales había muchísimos arditi. Uniformados de negro y dispuestos para el combate, los arditi se quedarán en la sociedad italiana como grupo de choque contra el socialismo. Muestran un gran componente social y nacionalista, son anticomunistas y están dispuestos a las órdenes de ras o jefes.

 

Del manifiesto comunista a la revolución Bolchevique

 

La revolución, otro antecedente del fascismo, se halla en el siglo XIX. Si bien la Revolución Francesa supone un ejemplo a seguir en muchos otros países, también sentó las bases de las interpretaciones revolucionarias de la política. A partir de ese momento, podemos constatar los ciclos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848, siendo esta ultima fecha clave para el cambio revolucionario.

A propósito de la idea de la revolución, desde 1789 –o incluso desde 1688 con la Revolución Inglesa-, esta ya es un fenómeno habitual durante el siglo XIX que favorece un cambio hasta antes nunca visto en el sistema político y territorial. Con la revolución se inicia un proceso que transforma lo que había anteriormente, surgen nuevos países, nuevas leyes y derechos, nuevos sistemas políticos y una nueva transformación tecnológica –Revolución Industrial-. Aparece así el liberalismo político y económico – economía de mercado o capitalismo-, surge el nacionalismo como motor de esas revoluciones y el socialismo como una demanda popular para la búsqueda y obtención de una sociedad más justa. La revolución será temida por sectores burgueses, según qué momento ya que en muchas participó la burguesía e incluso las encabezó, pero sobre todo por conservadores y aristócratas que temían perder lo que ya tenían. La Revolución Francesa no solo abrió un nuevo ciclo de la política en el mundo occidental sino también un nuevo ciclo de conflictos intestinos, en palabras de Pedro Rújula (2015). Según el autor, la contrarrevolución nace de la resistencia al cambio por parte de los sectores privilegiados, así como la capacidad que estos sectores tienen para atraer a las clases populares a su causa. Los sectores contrarrevolucionarios establecieron nuevas estrategias como, por ejemplo, la politización de la sociedad, a través del patriotismo contrarrevolucionario, que sitúa el foco en la militancia en las filas de la reacción (op. cit.). Ese patriotismo, a menudo, se pretenderá enfrentar a la revolución queriendo hacer ver lo patriota como contrario a lo revolucionario. Por lo tanto, el siglo XIX será un siglo ambiguo y convulso en tanto que favorecerá una nueva sociedad, revolucionaria, socialista e incluso nacionalista.

Si en 1848 se publica el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, en 1917 surge una revolución en plena Guerra Mundial que favorece el derrocamiento del zar ruso. Esta revolución cambió el sistema ruso y amenazaba con expandirse provocando el temor de amplios sectores sociales en Europa. La Revolución Bolchevique pretendía implantar el sistema socialista en Rusia y se derivó hacia el comunismo, mediante la interpretación y puesta en práctica de las teorías de Marx y, después, Lenin. Los bolcheviques que realizaron la revolución lucharon por la dictadura del proletariado, necesaria para la revolución; una alianza de las clases oprimidas – campesinos y obreros- como instrumento para combatir, de manera unida, a la burguesía; la entrega de la tierra a los campesinos…, entre otras cosas. Se creó además el Partido Comunista necesario para que en él se encuadre el proletariado y este a su vez tuviera poder político en Rusia. Esto supuso un shock en Europa ya que se había visto la caída un imperio de la noche a la mañana implantándose una dictadura de izquierda que acababa con todos los adversarios políticos y se expandía por otros países, a los que absorbía –repúblicas soviéticas-, mientras implantaba ese sistema “igualitario” y “democrático”, mientras las propiedades desaparecían y se colectivizaban o nacionalizaban. A pesar de ello, muchos movimientos fascistas aplaudieron el comunismo soviético debido a que era un movimiento “nacional” y revolucionario, por lo que fue seguido de cerca por muchos fascistas.

Estas revoluciones tuvieron al liberalismo y nacionalismo, y al radicalismo democrático, como sus ejes ideológicos principales. Las revoluciones de este período son liberales, en tanto que promueven la instauración de regímenes constitucionales parlamentarios, y son fenómenos fundamentalmente urbanos, es decir, en su mayoría auspiciados por la burguesía; son nacionalistas por la conciencia nacional e identitaria de pertenencia a una nación y la lucha que por esta se hace en la revolución, es decir, las revoluciones se integran dentro de la nación y, por tanto, son parte de la nación, consecuentemente es obligación del revolucionario luchar por ella. También comienzan a aparecer conceptos de la democracia como el sufragismo, el voto… y dependiendo del lugar aparecen ya tintes del socialismo. Las revoluciones de 1820 fueron protagonizadas por minorías, sobre todo en los países Mediterráneos y Rusia. La tendencia de estas revoluciones fue liberal y democráticoradical. Además, cuenta con gran apoyo de las clases populares. Son ciclos cortos en el tiempo, de escasa durabilidad (España, Rusia, Portugal, Nápoles, Piamonte y Grecia) triunfando solo en Grecia en 1821, donde se combinó el liberalismo y el nacionalismo en una insurrección contra el Imperio Otomano. Estas revoluciones de 1820 se dieron en los países donde el retorno al absolutismo impuesto en 1815 se dio con mayor fuerza o donde las ideas napoleónicas habían tenido mayor influencia. Aunque fueron minoritarias, contaron con apoyo social y se basaron en una tendencia moderada. Tras este ciclo que abarca la década de los 20 del siglo XIX, rápidamente se pone en marcha el sistema de Congresos –Sistema Metternich- impuesto en aquella Europa en 1815 y que ahora debía combatir las revoluciones liberales mediante la Santa Alianza. Las revoluciones de 1830 suponen un cambio de mentalidad, la lucha del liberalismo se da contra el absolutismo, pero también aparece en escena, de manera frontal, la burguesía que ahora se enfrenta a la aristocracia y aparece más definido el factor nacionalista contra el “usurpador extranjero”.

También aparece el cambio de escenario. Son revoluciones que toman fuerza en Francia, Países Bajos, Polonia, Parma y Módena, entre los principales. Bélgica se independizó de Holanda y llama la atención, nuevamente, Francia donde se centró el foco que desencadenó una oleada revolucionaria. En estas revoluciones hubo ya más participación popular, no era tan elitista como el ciclo anterior precipitando, así, la desintegración del Sistema de la Restauración. En París aparecieron las barricadas en las calles, no se recurrió al pronunciamiento militar –como en España con Riego en 1820-, para combatir a las fuerzas armadas –que representaban militarmente a los borbones-. Además, la monarquía cayó en Francia y nunca más se instauró. La inestabilidad político-social de Europa se transformó en revoluciones. Polonia se rebeló contra Rusia y hubo disturbios en los Estados Alemanes, Portugal, Suiza y España, mientras que en Inglaterra lograron imponer medidas democráticas y en Italia se sofocaba rápidamente el movimiento revolucionario. En resumen y con respecto al ciclo anterior, se podría decir que tanto liberalismo como nacionalismo, este en menor medida todavía, triunfaron en Europa. Además, en ese afán del radicalismo democrático surgen ya tintes socialistas en algunas ciudades como París y Lyon. Ya tenemos en escena la configuración de naciones, con clases sociales delimitadas, una burguesía en auge, el liberalismo derrotando al absolutismo, ciudadanos políticos y también milicianos –luchando contra el poder establecido y de manera no profesional-, el radicalismo y la revolución con tintes democráticos y socialistas, y un poder establecido, o preestablecido, que se desmorona en Europa. El nacionalismo ya forma parte del contenido revolucionario radical de los procesos transformadores de la sociedad. Sin embargo, el cambio, con respecto al periodo anterior, se observa ya en las revoluciones de 1848, fecha en la que aparece el Manifiesto Comunista –critica al Capital de Adam Smith-. Aparecen crisis económicas sobre todo en los ámbitos rurales, industriales y financieros y, a su vez, crisis político-sociales. A pesar de sus componentes heterogéneos, hay que tener en cuenta las causas de cada país donde surgen, ya que eso diferencia cada revolución.

Desde 1789 a 1848 se van experimentando cambios políticos y sociales, fruto de la industrialización y el clima de tensión impuesto por la política de Viena a partir de 1815. En este ciclo revolucionario, se entremezclan ya los factores políticos y sociales, pero aparece ya con mucha más fuerza el factor del nacionalismo, un factor decisivo que se introduce, y cala, en toda la sociedad en su conjunto, es decir, el nacionalismo es interclasista. Desde 1845 y hasta 1848 aparece una crisis económica que afecta a todas las clases y, fruto de esa crisis, se acentúa el descontento socio-político. Así en la primavera de 1848 estallan diversas revoluciones, no tanto en países en general sino más bien en las ciudades en particular. Todas estas revoluciones se produjeron en la primavera de 1848 –La primavera de los pueblos- y tenían componentes ideológicos comunes en el liberalismo, el nacionalismo y el radicalismo democrático. Entre febrero y mayo de 1848 en ciudades como París, Fráncfort, Berlín, Milán, Venecia, Roma y Palermo, entre otras, estallan revoluciones de gran componente nacionalista y liberal, apoyado por la inmensa mayoría el primer componente y por la burguesía el segundo, en general. En los Estados Alemanes, la Península Itálica y el Imperio austríaco se manifestó masivamente el nacionalismo como método de lucha contra la situación impuesta. La burguesía hizo acopio de las demandas liberales y democráticas, con gran radicalismo, según los expertos. En Francia la clase trabajadora mostró una gran conciencia de clase en la lucha revolucionaria y Hungría había declarado la independencia en abril de 1849, con respecto a Austria. Sin embargo, los estallidos revolucionarios de Hungría o Italia fueron reprimidos por los ejércitos de Austria y Rusia. La rapidez en el fracaso de las revoluciones se explica por el egoísmo de la burguesía y la desunión del pueblo, ya que se produce un abandono del liberalismo en las pretensiones revolucionarias, apareciendo un choque nacionalista entre las principales potencias, sobre todo entre Austria e Inglaterra que se disputaban la hegemonía germana, además de la poca fuerza y capacidad de lucha de la naciente clase trabajadora que por estas fechas todavía no estaba organizada. Apelando a esto, en Inglaterra, por ejemplo, sí que toma fuerza y tiene gran conciencia la clase trabajadora que ya se organiza en torno a sindicatos.

Las revoluciones de 1848, aunque las anteriores también contribuyeron, supusieron un paso importante en la creación de una conciencia nacional en Italia, sobre todo, pero también en Polonia, Bélgica, Hungría y Alemania, naciones donde habían sufrido la impronta de ejércitos de la Santa Alianza, aunque, sobre todo, contribuyeron a romper definitivamente con los esquemas de la Restauración. Tras ello, Europa cambió. La burguesía ya era un elemento clave y decisivo en la sociedad, que, después de 1848, fue cada vez más en ascenso hacia el poder. Se impuso la moderación como idea dominante en la política. El socialismo se hacía fuerte y suponía un elemento desestabilizador, sobre todo a partir de 1830, y concretamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX. El nacionalismo estuvo presente y se manifestó cada vez con más fuerza, estando al servicio de la creación de nuevos estados, como Alemania e Italia en torno a 1870. Estos ciclos revolucionarios suponen la culminación de un proceso comenzado apenas 60 años antes, en 1789, y que ahora en 1848 se materializan habiendo transformado la política y sociedad de Europa. Si las revoluciones de 1820 y 1830 habían ampliado las demandas y concesiones, la de 1848 las completó. Se pone fin al Antiguo Régimen, feudal, y se da paso al Nuevo, liberal. Las revoluciones de 1848 pusieron de manifiesto que las clases medias, la burguesía, el liberalismo, la democracia política, el nacionalismo y las clases trabajadoras iban a ser, en adelante, los elementos permanentes del panorama político. Y esto se materializará en el siglo XX.

 

El sindicalismo radical

 

En cuanto al sindicalismo, el Fascismo se nutre de las Teorías del filósofo-sindicalista Georges Sorel. Sus teorías rompen los esquemas predominantes del sindicalismo –tal y como se habían planteado en el siglo XIX como esa unión de los obreros para mejorar su situación laboral y social-. En este sentido, Sorel establece la noción de la violencia como un factor determinante en el proceso histórico, es decir, la historia no solo es crucial para la lucha obrera, sino que, además, le ha acompañado siempre de manera intrínseca a la revolución, es decir, sin la violencia no puede haber un cambio social que lleve a la consecución de un fin que mejore las condiciones del obrero.

El sindicalismo revolucionario, por tanto, es una medida que estará presente en los fascistas de primera ola y hunde sus raíces en ese sindicalismo radical que comenzaba a fraguarse a finales del XIX con las teorías de Sorel. No nos parece extraño ya que Mussolini se había desligado del Socialismo evolucionando hacia tendencias más radicales, más beligerantes y menos pacifistas, en una Europa que derivaba hacia la guerra mundial.

Este sindicalismo será un punto crucial en el socialismo del Fascismo, más moderno y rompedor, radical y violento, en el que se hace una lectura positiva de la violencia –como en cualquier grupo revolucionario- rompiendo los esquemas predominantes anteriormente, favoreciendo la escisión con el socialismo imperante hacia posturas más radicales y revolucionarias, surgiendo en este contexto el Partido Comunista de Italia de la mano de Bombacci –futuro fascista- pero también apareciendo, y dando lugar, el socialismo nacional, es decir, la Nación es la proletaria y no ya el obrero.

 

Una guerra en Europa

 

El surgimiento del fascismo, en este sentido, no se entiende sin su contexto más próximo, la I Guerra Mundial, que, aunque en un principio sea una guerra en Europa, con el tiempo acabó arrastrando a medio mundo a ella.

La guerra mundial pone de manifiesto en primer lugar una guerra moderna, que rompe los esquemas antes vistos en el ámbito militar. En segundo lugar, trae consigo un sentimiento nacionalista que se pone de manifiesto en la camaradería de los militares.

La guerra, cuando acabe, traerá consigo un sentimiento nacionalista a través de la hermandad y asociaciones de los ex combatientes, la unión de los nacionalistas que no dejarán de combatir, o no aceptarán que la guerra ha terminado. En este sentido, la guerra, tras su final, se traslada al ámbito social donde los ex combatientes crearán Cuerpos Francos o Cuerpos de Choque uniéndose en las fronteras de su país, como en el caso húngaro, alemán y rumano, por ejemplo, combatiendo contra revoluciones –o estallidos revolucionarios- cerca de sus fronteras o bien de manera interna configurando grupos paramilitares que se enfrentarán a los obreros que realizan huelgas.

La guerra deja consigo un sentimiento de humillación en tanto que, en Alemania o Italia, aunque hayan combatido en diferentes bandos, se percibe una traición por los vencedores que será materializada en Versalles en 1919. Este sentimiento de humillación será una fuente de unión entre los cuerpos francos y los ex militares quienes a través de organizarse en asociaciones irán creando grupos de choque contra los comunistas y socialistas, además de reivindicar los territorios irredentos que les han sido quitado por Versalles.

La guerra deja tras de sí, a parte de las muertes y los daños, un sentimiento nacionalista en los ex combatientes, pero también una experiencia militar y una camaradería que serán fructíferas en el momento del estallido del Fascismo pues son combatientes que han combatidos juntos y por ende tienen gran experiencia militar y un gran espíritu combativo que conjugado con el nacionalismo será aprovechado y utilizado por el fascismo en el momento de su configuración y surgimiento. Esto lo pondrá en marcha Hitler, por ejemplo, en sus SA, como grupos de choque que frenen los altercados de comunistas que acudan a sus mítines y conferencias.

Por lo tanto, exceptuando los horrores de la guerra, esta trae consigo unos combatientes que se quedan sin trabajo y son un el freno al avance comunista en un momento dado en las fronteras del país y también sirven como grupos de choque contra los comunistas en las calles. Se pueden ver los ejemplos de los Arditi o Cuerpos Francos quienes desde el primer momento se pusieron del lado del Estado para combatir a los grupos revolucionarios en las calles, a los huelguistas y comunistas, y, además, eran un grupo de choque entrenado –o con experiencia militar- que en un momento dado tomaba las armas siendo quienes verdaderamente hacia frente a la violencia comunista y socialista, un hecho que será bien recibido por la burguesía y muchísima gente que se unirá a sus filas.

Los excombatientes serán aprovechados por el fascismo y el nacionalsocialismo y serán el germen de las milicias, siendo el grueso paramilitar del ideario fascista con voluntad nacionalista y también violenta.

La guerra de Europa, sin embargo, será vista como el inicio de otra –más cruel y peor- donde los experimentados soldados que no tienen trabajo incrementarán las filas del nacionalismo revolucionario por toda la geografía europea. La guerra deja tras de sí un sinfín de consecuencias, pero también deja tras de sí la cara oculta de los vencedores, su reparto no equitativo y su injusticia política para con el resto, es decir, para aquellos que no participan en las negociaciones, siendo Italia una perjudicada más, de igual manera que Alemania, al ser tratada como un país perdedor pues hubo territorios que se reflejaban en acuerdos que no se respetaron. Este incumplimiento favorece el auge de un nacionalismo anti-Versalles y un paramilitarismo que será la tónica predominante en el periodo de entreguerras donde los ex combatientes y ex militares serán quienes se impongan en las calles.

El sentimiento nacionalista, por tanto, estará muy metido en los paramilitares excombatientes de la guerra, fruto en gran medida de los tratados después de la Guerra.

 

 

Conclusiones

 

En resumidas cuentas, aunque el Fascismo sea la novedad política y social del siglo XX, tiene una larga trayectoria que podíamos situar en la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII y que se acentúa a lo largo del siglo XIX conjugando esa tradición socialista y revolucionaria que se entremezcla con el nacionalismo y militarismo dando lugar a un movimiento indefinido revolucionario y nacionalista que se bate contra la democracia y el comunismo, el capitalismo y el marxismo, encuadrándose en una estructura militar –paramilitar- nacionalista que a través de la violencia –rasgo de los grupos revolucionarios- como método de conseguir el poder espera asumirlo y entremezclarlo con su ideario e imponerlo a toda la sociedad-comunidad-nación.

El conservadurismo, el nacionalismo, el sindicalismo revolucionario, el socialismo, la revolución, el militarismo… serán factores que el Fascismo haga como propios para de este modo tomar el poder y poder controlar la nación, la cual es proletaria, pero, son factores que provienen del siglo XIX y que ahora se aúnan en una ideología que surge como novedosa y moderna en el siglo XX.

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