Los antecedentes del Fascismo
La novedad política y social
del siglo XX, el Fascismo, se implantó en Italia en torno a 1922, sin embargo,
hunde sus raíces en un contexto muy amplio que se va configurando desde la Revolución
Francesa hasta el periodo de Entreguerras (1919-1939), pasando por los avatares
históricos del convulso y revolucionario siglo XIX.
El Fascismo fue un movimiento que rompía con los esquemas
de la vieja política europea mientras se presentaba, a su vez, como adalid de
un nuevo orden mundial. Un fenómeno político que combinaba el sindicalismo
radical, el nacionalismo, el socialismo no marxista, el totalitarismo, el
modernismo político y el afán revolucionario, entre otras cosas, mientras se
mostraba en una tercera posición política contrario a la derecha y la
izquierda, contrario al marxismo y comunismo, pero también al liberalismo
político.
A pesar de todo, los antecedentes del fascismo hay que
buscarlos principalmente en la Francia de finales del siglo XIX, en la Alemania
y Rusia de 1920 y en la ciudad de Fiume en el verano de 1919. Surgen, así, unos
factores, características y parafernalia, que favorecerán el surgimiento del
Movimiento Fascista y, consecuentemente, otros tantos grupos que lo imitaron o
que vieron en aquel fenómeno su modelo a seguir.
Los antecedentes del Fascismo se encuentran, pues, en la
irrupción en la política francesa del partido derechista radical de Action Française, a través de las ideas
de Charles Maurras, la radicalización y el voluntarismo de los cuerpos francos
como los Arditi, Freikorps o Heimwehr, por mencionar algunos ejemplos de época
temprana, la renovación del conservadurismo en la derecha alemana, la
Revolución soviética, las ideas sindicalistas-revolucionarias de Sorel, el
surgimiento de una ideología un tanto peculiar y ambigua como era el
nacional-bolchevismo o la toma de Fiume, que dejan de manifiesto un cambio que
se palpaba ya desde finales del siglo XIX en Europa y que favoreció el
asentamiento de un nacionalismo radical, la revisión del socialismo y el
sindicalismo, la camaradería tras la guerra y la organización de milicias
revolucionarias y paramilitares englobadas en movimientos revolucionarios -no
militares-, la radicalización de la derecha que tendía hacia el conservadurismo
extremo, el autoritarismo y el nacionalismo como, de igual manera, también
ocurrió en las izquierdas, las cuales se mostraron cada vez más totalitarias.
Todo ello pone de manifiesto un hervidero sociopolítico que culmina con un
nuevo modelo político, nacionalista, autoritario y de masas que atrajo a
muchísima gente a sus filas y que rompía con los moldes establecidos por la
Europa del Concierto de Viena y, después, la Sociedad de Naciones.
Todos estos factores contribuyeron al surgimiento del fascismo
en Italia. Pero, además de estas características, la situación política,
económica y social de Italia tras la guerra dejaba de manifiesto una política
debilitada y un liberalismo democrático incapaz de resolver los problemas
nacionales como el empobrecimiento de la población, la inflación, el Bienio Rojo, los distintos gobiernos que
hubo en apenas 5 años, la conflictividad social, la tardanza en reconvertir la
industria de guerra, la radicalización social y los problemas derivados del
incumplimiento por parte de los aliados de los tratados para con Italia, entre
otras tantas cosas. Se observa pues que Italia era el lugar idóneo para el
surgimiento de una ideología sociopolítica de masas que atrajo a millones de
personas y contó con muchos adeptos de toda clase, desde trabajadores y
campesinos hasta intelectuales, médicos, izquierdistas, nacionalistas,
futuristas, sindicalistas, artistas, arquitectos… y que terminó por cambiar el
panorama político, económico y social de una Italia plenamente en crisis,
expandiéndose después a Europa.
Debido a que el Fascismo es un movimiento de acción -surge
sin una ideología definida y se va perfilando a medida que avanza y evoluciona en
el tiempo- conviene ver sus antecedentes para, de este modo, entender un poco
mejor su configuración ideológico-política.
El surgimiento del Fascismo no se entiende sin su contexto
histórico-político y socioeconómico más próximo, la I Guerra Mundial y el
convulso, largo y revolucionario siglo XIX. El siglo XIX tiene un antecedente
directo y ese es la Revolución Francesa de la cual, siguiendo a Jordi Garriga,
surgen muchas ideologías como, por ejemplo, el nacionalismo, además de un
socialismo primigenio que comienza a fraguarse ya en la Francia revolucionaria.
De todas las perspectivas tratadas por los historiadores,
es innegable que la Revolución Francesa tuvo como un factor importante el
nacionalismo. El pueblo y la burguesía se erigieron como protagonistas de un
levantamiento que, debido a su repercusión, se puede considerar nacional. La
Revolución Francesa será un ejemplo para el resto del continente europeo ya que
en apenas unos 50 años estallarán revoluciones por doquier, como se observará en
los ciclos revolucionarios de 1820,
1830 y 1848 y que traerán, consecuentemente, el siglo XX, el siglo del
Fascismo.
***
Sus
antecedentes no estaban tan lejos en el tiempo pues provenían de un afán
revolucionario y del recién finalizado siglo XIX en el cual el nacionalismo era
un hecho presente en la sociedad, que caracterizó y acompañó a las principales
revoluciones europeas y americanas. Además, en los países en los que se asienta
en el poder, Italia y Alemania, eran naciones recién creadas, habían culminado
su proceso de reunificación a finales del siglo XIX y ambos habían combatido
directamente en la I Guerra Mundial, en diferentes bandos.
Si el liberalismo y el socialismo habían sido, entre
otras, las ideologías predominantes del siglo XIX, el nacionalismo, que se va
configurando en ese siglo también, culminará en el siglo XX en muchas formas,
entre ellas la del fascismo. En palabras de Gentile “la definición del fascismo
es su historia” (2019). Es decir, el fascismo es un movimiento que surge en un
periodo determinado y que se explica mediante su duración. Sería un fenómeno
del siglo XX que no ha tenido predecesores y a día de hoy no se ha vuelto a dar
en la práctica. Es la evolución, por ende, y su repercusión las que deberíamos
analizar hasta llegar a su implantación, pues como se ha mencionado, su
trayectoria, incluso, desde sus inicios, se puede situar en la Revolución
francesa, hasta el siglo XX, concretamente hasta su implantación en 1922. Tras
ello, habría que comparar los diversos grupos surgidos.
La revolución francesa como expresión nacional
En 1789 estallaba en Francia
la Revolución Francesa. En un primer momento de carácter demo-burgués y liberal
pero que, después, terminó por arrastrar a su causa al pueblo en su conjunto, a
la mayoría, es decir al Tercer Estado.
A grandes rasgos, la Revolución Francesa trajo consigo dos clases de
nacionalismos, o dos concepciones de la Nación.
En un primer momento, y dentro de la Revolución,
personajes como Sieyès, claves en la Asamblea Nacional y en la elaboración de
la constitución de 1791, teorizaban sobre la idea racional de la Nación. Precisamente
es en este momento en el cual surge esa idea de un nacionalismo liberal, cívico
y racional. Es decir, la nación la crea el hombre y para ello debe convivir a
través de unas leyes y códigos que engloben a todos ellos por igual logrando
una convivencia efectiva. Esta concepción de nación choca con la concepción
alemana sobre la nación, que surgía además en contra de esa Revolución que se
expandía por el continente europeo.
Y es que mientras la Francia
de Napoleón invadía las naciones europeas, expandiendo esa revolución, países
sometidos a Francia como Alemania (Prusia en este momento, sobre todo)
teorizaban, por el contrario, un nacionalismo romántico en el que la nación es
asumida como un órgano en el que el hombre no crea nada, sino que ya estaba
creado siendo el hombre quien lo mantiene con el paso de la historia, que
comprende a su vez un idioma, una cultura, etnia y tradiciones comunes.
Es decir, la nación es un
órgano y no un conjunto de leyes. Hay que entender esto ya que el contexto
donde surgen ambos conceptos nacionalistas es similar, es un contexto
revolucionario y bélico, donde los teóricos de diferentes países teorizan el
nacionalismo para justificar y legitimar o bien la invasión o bien la defensa
de un territorio.
El nacionalismo que nos
ocupa, que es el que va a influir en el fascismo, es el segundo. Y es que el
organicismo y el romanticismo van a calar hondo en los discursos nacionalistas
de los fascistas europeos, llevándose al extremo en un contexto también de
revolución y guerra. Los italianos y, en mayor medida, los alemanes -y los
seguidores de su escuela- pondrán en marcha un nacionalismo revolucionario que
atraerá a las masas, estando, a su vez, en el centro del discurso. Basándose,
entonces, en la idea de que la nación es un órgano y que además no comprende
las clases, ni las ideologías… sino que engloba a todos, es la nación la
proletaria y no el obrero.
Por ende, el estallido de la
Revolución Francesa desembocó, entre otras muchas cosas, en dos tipos de
nacionalismo. El que teorizaban sus afines, más cívico y político, y el que
asumían sus enemigos, un nacionalismo antiburgués y antifrancés, ambos
configurando en mayo o menor medida el siglo XX.
La revolución conservadora. Una nueva derecha
Tras la Revolución y el Concierto
de Viena de 1815, aparece en Europa un nuevo pensamiento que se asienta con
cada vez mas fuerza en las ideas políticas. Y es que muchos pensadores viendo
lo que había ocurrido en Francia van virando hacia una ideología mas
conservadora. Tal es así que, tanto en Francia como en Alemania, nuevamente, y
después en el resto de Europa, se configura un pensamiento conservador que
llega a la sociedad.
En este sentido, la tradición revolucionaria, la
inestabilidad política que comienza a darse a comienzos del siglo XX, el
surgimiento del bolchevismo en 1917, las crisis económicas, el imperialismo y
el colonialismo, la debilidad del liberalismo… favorecen, en su conjunto, el
surgimiento de una derecha radical y reaccionaria –extrema derecha- que conjuga
un nacionalismo integrista partidario de la monarquía o tendencias monárquicas,
un antiparlamentarismo cada vez más radical, y la idea de la contrarrevolución
como método para frenar lo que, por aquel entonces, se asociaba a la izquierda,
la revolución.
Estas teorías de extrema derecha surgen con Charles
Maurras e influyeron en muchos partidos de Europa que cada vez se acercaban más
a estos postulados, además de establecer algún principio cercano al fascismo.
También predominaban ideas que pugnaban por un “cirujano de hierro”. Esta
teoría establecía una idea regeneracionista que puso en marcha Joaquín Costa en
su libro Oligarquía y Caciquismo, en el cual hace ver que España –y como
ella muchos países ya que su teoría influyó en la visión de países europeos-
estaba enferma y precisaba, básicamente, un cirujano que la curase, es decir,
aparece la figura de un hombre fuerte que sea capaz de salvar al país y conducirlo
hacia la grandeza.
Sin embargo, los aspectos anteriores habían surgido a
partir de 1819 con la aparición del conservadurismo político y del Romanticismo
cultural. Tras la caída de Napoleón, surge la idea de restaurar los valores
políticos y tradicionales de la Europa anterior para volver al concierto y
equilibrio políticos propios de esa época. El conservadurismo se manifestó en
todos los países del momento, pero, sobre todo, apareció con más fuerza en
Inglaterra, Alemania –Prusia-, Austria y Rusia. Esta idea se mantendrá durante
todo el siglo XIX y estará presente en Alemania tras su unificación, en Rusia
hasta 1917 y en Asutria-Hungria, formándose alianzas político-diplomáticas para
evitar revoluciones. Los exponentes son por un lado Maurras en Francia,
periodista católico y socialista que en 1899 fundó la Acción Francesa que se
convirtió en un movimiento muy activo, monárquico, nacionalista y antisemita,
antidemocrático, integrista y reaccionario. Fue el primer movimiento de tales
características en Europa, y hay autores que lo consideran la antesala del
fascismo, aunque carecía del componente revolucionario y socialista. Por otro
lado, el exponente del conservadurismo será Prusia, con Bismark a la cabeza,
Austria y Rusia. Romualdi, analizando los antecedentes del nacionalsocialismo
establece que hay anteriormente unos factores que lo configuran siendo la
“Revolución Conservadora” uno de los más potentes. Los autores destacan el
arraigo nacionalista en la sociedad alemana, de larga tradición, conservador y
radical, representado sobre todo en la derecha radical, en grupos de
excombatientes e incluso en la izquierda radical. Y es que se observa una
tradición conservadora y nacionalista en Alemania, proveniente del siglo XIX,
sobre todo, y que culminará justamente a partir de 1918 y favorecerá el
surgimiento de más grupos. Lo que Kershaw (2003) establece como embrión del
nacionalsocialismo ya en esta década de los años veinte. La utilización y
movilización de parte de la derecha (sobre todo la considerada völkisch)
por Adolf Hitler, en una remodelación política para con sus fines, debido a
que, en la derecha reaccionaria y conservadora se agrupaba gran parte del
pensamiento nacionalista, aunque carecía de ápice revolucionario.
Por lo tanto, en el conservadurismo se pueden observar
esas características de la derecha radical como el catolicismo, la
militarización, el monarquismo, antisemitismo, patriotismo y arraigo nacional,
la reacción y contrarrevolución… como respuestas a una izquierda cada vez mas
combativa auspiciada e influida por el marxismo y los ciclos revolucionarios.
Action Française y el Nacional-bolchevismo
En este conglomerado de finales
del siglo XIX y principios del XX surgen dos posturas, en un primer momento
diferentes, pero que se van a conjugar hasta dejar tras de si una ideología nacionalista
y socialista con tintes revolucionarios, rompedora con los esquemas anteriores
de la vieja política y de los pronunciamientos militares que cambiaban el poder
decidiendo la suerte de un gobierno u otro.
Por un lado, a finales del siglo XIX surgía en Francia un
partido político antisemita y monárquico, anti comunista y militarista, de la
derecha conservadora francesa que evolucionó hacia posturas más radicales, pero
sin abandonar su esencia el ultra conservadurismo monárquico propio de los
grupos derechistas franceses.
En este sentido, Action
Française –Acción Francesa- supuso una novedad en tanto que tenía fuerza en
las calles y vestían uniformados, eran un grupo derechista pero que, contra
todo pronóstico, se enfrentaba a los grupos izquierdistas en las calles. Eran grupos
de choque, pero sin afán revolucionario, más bien al contrario, eran
contrarrevolucionarios. Derechistas y conservadores, que abogaban por una monarquía
conservadora que devolviese la grandeza a Francia, anti republicanos y anti
revolucionarios, se organizaban en milicias que se enfrentaban a los grupos
comunistas en las calles. Eran anti semitas y a pesar de ser el primer grupo
paramilitar en Francia no pasaban de ser eso, un producto mas de la derecha
militarista e intervencionista de la Francia de finales del siglo XIX.
Action Française no puede ser tachado de grupo fascista
pues compartía las características propias de grupos del siglo XIX donde el nacionalismo,
anti semitismo y el monarquismo se conjugaban con el recuerdo hacia glorias
pasadas como, por ejemplo, Napoleón, y suponían solamente una garantía en las
calles contra las izquierdas, quienes verdaderamente ostentaban el monopolio de
la revolución. Sin embargo, nada más terminar la I Guerra Mundial, y con la Revolución
Bolchevique de fondo, tenemos entre Alemania y la URSS el surgimiento de un
grupo que podría haber sido el Fascismo Genérico de no ser porque en Italia surgió
a la par otro movimiento entre Milán y Fiume con características parecidas y
con mayor arraigo en la sociedad.
Mientras terminaba la guerra en Rusia había estallado una revolución
jamás vista anteriormente, la revolución Bolchevique que favoreció que Rusia se
saliese de la Guerra en 1917 y desembocó en una guerra civil que terminó con la
tradición zarista, cambiando o solo el gobierno y la forma de este, sino que
cambió el sistema imperante hasta entonces.
Los bolcheviques depusieron a los zares y pusieron en
marcha un sistema comunista basado en una interpretación del marxismo en la
cual el proletariado seria el protagonista en lugar del rey –zar- quien además llevaría
el timón de los designios de la nación. La revolución se expandió y sus postulados
también amenazando a Europa. En este contexto, independientemente de si se ve
la revolución soviética como una revolución nacional o no, en Europa se vio con
miedo por parte de los gobiernos mientras que las clases trabajadora intentaron
imitarla como pasó en Alemania, Hungría, Rumania, Italia o España, por
mencionar ejemplos donde estallaron revoluciones o intentos insurreccionales
que fueron sofocados por los ejércitos nacionales.
Entre medias e Rusia y Alemania, entre medias de 1917 y
1919 se iba fraguando una “ideología de fronteras” que finalmente se conoció
como el Nacional-bolchevismo, y que pretendía conjugar las teorías bolcheviques
por medio de la colectivización y el socialismo con un nacionalismo. Esta ideología
que en un primer momento no nos dice nada, fue mejorada o modificada en Italia que,
dejando atrás el socialismo marxista o científico, puso en marcha una ideología
rompedora con más “tirón” que el nacional-bolchevismo, surgiendo así el Fascismo.
Es decir, la mezcla del socialismo, la revolución y el nacionalismo en una sola
ideología que, además, era portada por la amplia mayoría de la población –las masas-
y que aunque se promulgase ante un centenar de seguidores en Milán en marzo de 1919,
no será hasta septiembre del mismo año cuando verdaderamente se ponga en marcha
en Fiume por un poeta, excombatiente de la I Guerra Mundial, demostrando que el
nacionalismo y el socialismo se podían conjugar de manera diferente que en
Rusia, es decir, sin el componente marxista.
Surge así entre Francia y Alemania y Rusia un nacionalismo
militante que defiende que el proletario ya no es el protagonista de la historia,
sino que más bien es la nación la que es proletaria ahora.
El auge del militarismo y el paramilitarismo
El primer antecedente de la
milicia, tal y como la entendió el fascismo, la encontramos en Alemania, cuando
todavía no era una nación. Los autores establecen que los Freikorps o
Cuerpos libres ya estaban constituidos en torno a los siglos XVII y XVIII. Se
trataba de cuerpos de voluntarios de soldados irregulares de los pequeños y
disgregados estados alemanes. Sin embargo, es tras la I Guerra Mundial cuando
se les comenzó a conocer. Los Freikorps son grupos de extrema derecha de
carácter paramilitar formados en su mayoría por excombatientes alemanes que se
sentían humillados o que no comprendieron las razones de la derrota en la
guerra, responsabilizando de esta a los políticos republicanos. Estas milicias
colaboraron, además, con el Gobierno de la República de Weimar para combatir a
los comunistas, entre otros, o defender las fronteras nacionales. Pero no solo
combatieron contra los intentos de revoluciones, los Freikorps protagonizaron,
entre otras cosas, el golpe de Estado –o intento- de Kapp, en el que se
pretendía el derrocamiento de la República de Weimar, recién creada. Aunque
pertenecían a diversos partidos y asociaciones, su ideología común era el
ultranacionalismo, con un patriotismo idealizado y muy arraigado, además de
ser, en su mayoría excombatientes anticomunistas que veían en la República de
Weimar un enemigo común. Su implantación, tras la guerra, se debe, quizá, al
aumento del paro y la mala situación económica de posguerra o la falta de
incentivos. Los Freikorps supusieron una fuerza de choque anticomunista y
fueron una realidad en aquella Alemania vencida en la guerra, que atrajo a
muchos excombatientes y voluntarios. Vieron en el partido nacionalsocialista de
Hitler su “lugar” y muchos de estos combatientes se afiliaron a las filas de
las milicias nazis.
No tan lejanos en el tiempo, encontramos a los Arditi
y las Heimwehr de Italia y Austria respectivamente. En torno a 1918 y
1919 aparecen ya grupos radicalizados de excombatientes a los cuales, a medida
que termina la guerra, se van uniendo soldados, fruto de esa camaradería que
habían creado en la contienda. La situación en estos países no es buena tras la
guerra debido a que Italia, a pesar de haber vencido, tendrá una “victoria
mutilada” apareciendo, nada más terminar la guerra, el sentimiento derrotista
en los italianos. Además, aparece un caos social propiciado por esa crisis
posbélica, una situación que el socialismo italiano pretende aprovechar.
Austria, por el contrario, había salido perjudicada. A su derrota hay que sumar
la pérdida de territorio y la culpabilidad –igual que Alemania- de la guerra,
que recayó sobre esta nación. Los tratados de paz favorecieron ese clima de
inestabilidad, Italia se sabía engañada y traicionada por los aliados mientras
que Austria había perdido su imperio en la guerra debido a que combatió del
lado alemán, además la crisis socioeconómica no ayudó. Las Heimwehr nacen como
bandas armadas en la posguerra para proteger las fronteras austriacas. Eran
organizaciones paramilitares que surgen de manera defensiva por temor a la
disgregación del territorio tras la guerra, ya que el Imperio Austro-húngaro
desaparece y Austria pasa a ser república. En la década de los años veinte las
Heimwehr tomaron fuerza básicamente por el apoyo del exterior, hubo
financiación externa de Alemania, Italia o Hungría. Los principales dirigentes,
al contrario que ocurría con otros grupos, provenían de la oficialidad y de las
clases medias. Sin embargo, a pesar de ser una fuerza de choque, las Heimwehr carecían de una ideología
revolucionaria y nacionalista, ya que esta, en última instancia se dedicaba solamente
a invocar la restauración de las “glorias” imperiales austrohúngaras. Era una
organización violenta de corte reaccionaria y derechista que mantuvo contacto
con organizaciones similares en Alemania y Hungría, aunque su etapa de
esplendor se dará con el canciller Dollfuss, quien mantuvo buenos contactos con
Mussolini. Solían ir uniformados o ataviados con uniformes militares y
protagonizaron disturbios contra las izquierdas.
Italia, con respecto a Austria, no había perdido
territorio de facto, aunque no recibió lo prometido, como Fiume y otros
territorios. La situación era insostenible tras la guerra y la crisis económica
ahondaba en el territorio. Además, el socialismo tomaba fuerza en aquel Bienio
Rojo (1919-1920) donde los campesinos y obreros ocupaban tierras y fábricas
respectivamente. Los arditi italianos procedían de los cuerpos de élite,
eran excombatientes preparados y adiestrados, resentidos por la “traición” de
los aliados y la situación interna de su gobierno, incapaz de tomar medidas.
Nolte observa que los arditi eran los
“únicos aliados en los que podía apoyarse Mussolini”, precisamente por esa
fuerza y deriva que tomaba el socialismo italiano. Los arditi se caracterizaban por el uso de la violencia en acciones
callejeras, mediante la cual se hacían notar y combatían a las filas
izquierdistas. Como cualquier organización paramilitar, solían ir uniformados y
tenían gran disciplina, fruto de su experiencia en el frente. Jesús de Andrés
menciona que ya por estas fechas surgen los Fascios de Combate, en los
cuales había muchísimos arditi.
Uniformados de negro y dispuestos para el combate, los arditi se quedarán en la
sociedad italiana como grupo de choque contra el socialismo. Muestran un gran
componente social y nacionalista, son anticomunistas y están dispuestos a las
órdenes de ras o jefes.
Del manifiesto comunista a la revolución Bolchevique
La revolución, otro
antecedente del fascismo, se halla en el siglo XIX. Si bien la Revolución
Francesa supone un ejemplo a seguir en muchos otros países, también sentó las
bases de las interpretaciones revolucionarias de la política. A partir de ese
momento, podemos constatar los ciclos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848,
siendo esta ultima fecha clave para el cambio revolucionario.
A propósito de la idea de la revolución, desde 1789 –o incluso
desde 1688 con la Revolución Inglesa-, esta ya es un fenómeno habitual durante
el siglo XIX que favorece un cambio hasta antes nunca visto en el sistema
político y territorial. Con la revolución se inicia un proceso que transforma
lo que había anteriormente, surgen nuevos países, nuevas leyes y derechos,
nuevos sistemas políticos y una nueva transformación tecnológica –Revolución
Industrial-. Aparece así el liberalismo político y económico – economía de
mercado o capitalismo-, surge el nacionalismo como motor de esas revoluciones y
el socialismo como una demanda popular para la búsqueda y obtención de una
sociedad más justa. La revolución será temida por sectores burgueses, según qué
momento ya que en muchas participó la burguesía e incluso las encabezó, pero
sobre todo por conservadores y aristócratas que temían perder lo que ya tenían.
La Revolución Francesa no solo abrió un nuevo ciclo de la política en el mundo
occidental sino también un nuevo ciclo de conflictos intestinos, en palabras de
Pedro Rújula (2015). Según el autor, la contrarrevolución nace de la
resistencia al cambio por parte de los sectores privilegiados, así como la
capacidad que estos sectores tienen para atraer a las clases populares a su
causa. Los sectores contrarrevolucionarios establecieron nuevas estrategias
como, por ejemplo, la politización de la sociedad, a través del patriotismo
contrarrevolucionario, que sitúa el foco en la militancia en las filas de la
reacción (op. cit.). Ese patriotismo, a menudo, se pretenderá enfrentar a la
revolución queriendo hacer ver lo patriota como contrario a lo revolucionario.
Por lo tanto, el siglo XIX será un siglo ambiguo y convulso en tanto que
favorecerá una nueva sociedad, revolucionaria, socialista e incluso
nacionalista.
Si en 1848 se publica el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, en 1917 surge una revolución
en plena Guerra Mundial que favorece el derrocamiento del zar ruso. Esta
revolución cambió el sistema ruso y amenazaba con expandirse provocando el
temor de amplios sectores sociales en Europa. La Revolución Bolchevique
pretendía implantar el sistema socialista en Rusia y se derivó hacia el
comunismo, mediante la interpretación y puesta en práctica de las teorías de
Marx y, después, Lenin. Los bolcheviques que realizaron la revolución lucharon
por la dictadura del proletariado,
necesaria para la revolución; una alianza de las clases oprimidas – campesinos
y obreros- como instrumento para combatir, de manera unida, a la burguesía; la
entrega de la tierra a los campesinos…, entre otras cosas. Se creó además el
Partido Comunista necesario para que en él se encuadre el proletariado y este a
su vez tuviera poder político en Rusia. Esto supuso un shock en Europa ya que se había visto la caída un imperio de la
noche a la mañana implantándose una dictadura de izquierda que acababa con
todos los adversarios políticos y se expandía por otros países, a los que
absorbía –repúblicas soviéticas-, mientras implantaba ese sistema “igualitario”
y “democrático”, mientras las propiedades desaparecían y se colectivizaban o
nacionalizaban. A pesar de ello, muchos movimientos fascistas aplaudieron el
comunismo soviético debido a que era un movimiento “nacional” y revolucionario,
por lo que fue seguido de cerca por muchos fascistas.
Estas revoluciones tuvieron al liberalismo y nacionalismo,
y al radicalismo democrático, como sus ejes ideológicos principales. Las
revoluciones de este período son liberales, en tanto que promueven la
instauración de regímenes constitucionales parlamentarios, y son fenómenos
fundamentalmente urbanos, es decir, en su mayoría auspiciados por la burguesía;
son nacionalistas por la conciencia nacional e identitaria de pertenencia a una
nación y la lucha que por esta se hace en la revolución, es decir, las
revoluciones se integran dentro de la nación y, por tanto, son parte de la
nación, consecuentemente es obligación del revolucionario luchar por ella.
También comienzan a aparecer conceptos de la democracia como el sufragismo, el
voto… y dependiendo del lugar aparecen ya tintes del socialismo. Las
revoluciones de 1820 fueron protagonizadas por minorías, sobre todo en los
países Mediterráneos y Rusia. La tendencia de estas revoluciones fue liberal y
democráticoradical. Además, cuenta con gran apoyo de las clases populares. Son
ciclos cortos en el tiempo, de escasa durabilidad (España, Rusia, Portugal,
Nápoles, Piamonte y Grecia) triunfando solo en Grecia en 1821, donde se combinó
el liberalismo y el nacionalismo en una insurrección contra el Imperio Otomano.
Estas revoluciones de 1820 se dieron en los países donde el retorno al
absolutismo impuesto en 1815 se dio con mayor fuerza o donde las ideas
napoleónicas habían tenido mayor influencia. Aunque fueron minoritarias,
contaron con apoyo social y se basaron en una tendencia moderada. Tras este
ciclo que abarca la década de los 20 del siglo XIX, rápidamente se pone en
marcha el sistema de Congresos –Sistema
Metternich- impuesto en aquella Europa en 1815 y que ahora debía combatir
las revoluciones liberales mediante la Santa Alianza. Las revoluciones de 1830
suponen un cambio de mentalidad, la lucha del liberalismo se da contra el
absolutismo, pero también aparece en escena, de manera frontal, la burguesía
que ahora se enfrenta a la aristocracia y aparece más definido el factor nacionalista
contra el “usurpador extranjero”.
También aparece el cambio de escenario. Son revoluciones
que toman fuerza en Francia, Países Bajos, Polonia, Parma y Módena, entre los
principales. Bélgica se independizó de Holanda y llama la atención, nuevamente,
Francia donde se centró el foco que desencadenó una oleada revolucionaria. En
estas revoluciones hubo ya más participación popular, no era tan elitista como
el ciclo anterior precipitando, así, la desintegración del Sistema de la
Restauración. En París aparecieron las barricadas en las calles, no se recurrió
al pronunciamiento militar –como en España con Riego en 1820-, para combatir a
las fuerzas armadas –que representaban militarmente a los borbones-. Además, la
monarquía cayó en Francia y nunca más se instauró. La inestabilidad
político-social de Europa se transformó en revoluciones. Polonia se rebeló
contra Rusia y hubo disturbios en los Estados Alemanes, Portugal, Suiza y
España, mientras que en Inglaterra lograron imponer medidas democráticas y en
Italia se sofocaba rápidamente el movimiento revolucionario. En resumen y con
respecto al ciclo anterior, se podría decir que tanto liberalismo como
nacionalismo, este en menor medida todavía, triunfaron en Europa. Además, en
ese afán del radicalismo democrático surgen ya tintes socialistas en algunas
ciudades como París y Lyon. Ya tenemos en escena la configuración de naciones,
con clases sociales delimitadas, una burguesía en auge, el liberalismo
derrotando al absolutismo, ciudadanos políticos y también milicianos –luchando
contra el poder establecido y de manera no profesional-, el radicalismo y la
revolución con tintes democráticos y socialistas, y un poder establecido, o
preestablecido, que se desmorona en Europa. El nacionalismo ya forma parte del contenido
revolucionario radical de los procesos transformadores de la sociedad. Sin
embargo, el cambio, con respecto al periodo anterior, se observa ya en las
revoluciones de 1848, fecha en la que aparece el Manifiesto Comunista –critica
al Capital de Adam Smith-. Aparecen crisis económicas sobre todo en los ámbitos
rurales, industriales y financieros y, a su vez, crisis político-sociales. A
pesar de sus componentes heterogéneos, hay que tener en cuenta las causas de
cada país donde surgen, ya que eso diferencia cada revolución.
Desde 1789 a 1848 se van experimentando cambios políticos
y sociales, fruto de la industrialización y el clima de tensión impuesto por la
política de Viena a partir de 1815. En este ciclo revolucionario, se
entremezclan ya los factores políticos y sociales, pero aparece ya con mucha
más fuerza el factor del nacionalismo, un factor decisivo que se introduce, y
cala, en toda la sociedad en su conjunto, es decir, el nacionalismo es
interclasista. Desde 1845 y hasta 1848 aparece una crisis económica que afecta
a todas las clases y, fruto de esa crisis, se acentúa el descontento
socio-político. Así en la primavera de 1848 estallan diversas revoluciones, no
tanto en países en general sino más bien en las ciudades en particular. Todas
estas revoluciones se produjeron en la primavera de 1848 –La primavera de los pueblos- y tenían componentes ideológicos
comunes en el liberalismo, el nacionalismo y el radicalismo democrático. Entre
febrero y mayo de 1848 en ciudades como París, Fráncfort, Berlín, Milán,
Venecia, Roma y Palermo, entre otras, estallan revoluciones de gran componente
nacionalista y liberal, apoyado por la inmensa mayoría el primer componente y
por la burguesía el segundo, en general. En los Estados Alemanes, la Península
Itálica y el Imperio austríaco se manifestó masivamente el nacionalismo como
método de lucha contra la situación impuesta. La burguesía hizo acopio de las
demandas liberales y democráticas, con gran radicalismo, según los expertos. En
Francia la clase trabajadora mostró una gran conciencia de clase en la lucha
revolucionaria y Hungría había declarado la independencia en abril de 1849, con
respecto a Austria. Sin embargo, los estallidos revolucionarios de Hungría o
Italia fueron reprimidos por los ejércitos de Austria y Rusia. La rapidez en el
fracaso de las revoluciones se explica por el egoísmo de la burguesía y la
desunión del pueblo, ya que se produce un abandono del liberalismo en las
pretensiones revolucionarias, apareciendo un choque nacionalista entre las principales
potencias, sobre todo entre Austria e Inglaterra que se disputaban la hegemonía
germana, además de la poca fuerza y capacidad de lucha de la naciente clase
trabajadora que por estas fechas todavía no estaba organizada. Apelando a esto,
en Inglaterra, por ejemplo, sí que toma fuerza y tiene gran conciencia la clase
trabajadora que ya se organiza en torno a sindicatos.
Las revoluciones de 1848, aunque las anteriores también
contribuyeron, supusieron un paso importante en la creación de una conciencia nacional
en Italia, sobre todo, pero también en Polonia, Bélgica, Hungría y Alemania,
naciones donde habían sufrido la impronta de ejércitos de la Santa Alianza,
aunque, sobre todo, contribuyeron a romper definitivamente con los esquemas de
la Restauración. Tras ello, Europa cambió. La burguesía ya era un elemento
clave y decisivo en la sociedad, que, después de 1848, fue cada vez más en
ascenso hacia el poder. Se impuso la moderación como idea dominante en la
política. El socialismo se hacía fuerte y suponía un elemento desestabilizador,
sobre todo a partir de 1830, y concretamente a partir de la segunda mitad del
siglo XIX. El nacionalismo estuvo presente y se manifestó cada vez con más
fuerza, estando al servicio de la creación de nuevos estados, como Alemania e
Italia en torno a 1870. Estos ciclos revolucionarios suponen la culminación de
un proceso comenzado apenas 60 años antes, en 1789, y que ahora en 1848 se
materializan habiendo transformado la política y sociedad de Europa. Si las
revoluciones de 1820 y 1830 habían ampliado las demandas y concesiones, la de
1848 las completó. Se pone fin al Antiguo Régimen, feudal, y se da paso al
Nuevo, liberal. Las revoluciones de 1848 pusieron de manifiesto que las clases
medias, la burguesía, el liberalismo, la democracia política, el nacionalismo y
las clases trabajadoras iban a ser, en adelante, los elementos permanentes del
panorama político. Y esto se materializará en el siglo XX.
El sindicalismo radical
En cuanto al sindicalismo, el
Fascismo se nutre de las Teorías del filósofo-sindicalista Georges Sorel. Sus teorías
rompen los esquemas predominantes del sindicalismo –tal y como se habían planteado
en el siglo XIX como esa unión de los obreros para mejorar su situación laboral
y social-. En este sentido, Sorel establece la noción de la violencia como un
factor determinante en el proceso histórico, es decir, la historia no solo es crucial
para la lucha obrera, sino que, además, le ha acompañado siempre de manera intrínseca
a la revolución, es decir, sin la violencia no puede haber un cambio social que
lleve a la consecución de un fin que mejore las condiciones del obrero.
El sindicalismo revolucionario, por tanto, es una medida
que estará presente en los fascistas de primera ola y hunde sus raíces en ese
sindicalismo radical que comenzaba a fraguarse a finales del XIX con las teorías
de Sorel. No nos parece extraño ya que Mussolini se había desligado del
Socialismo evolucionando hacia tendencias más radicales, más beligerantes y
menos pacifistas, en una Europa que derivaba hacia la guerra mundial.
Este sindicalismo será un punto crucial en el socialismo
del Fascismo, más moderno y rompedor, radical y violento, en el que se hace una
lectura positiva de la violencia –como en cualquier grupo revolucionario-
rompiendo los esquemas predominantes anteriormente, favoreciendo la escisión con
el socialismo imperante hacia posturas más radicales y revolucionarias, surgiendo
en este contexto el Partido Comunista de Italia de la mano de Bombacci –futuro fascista-
pero también apareciendo, y dando lugar, el socialismo nacional, es decir, la Nación
es la proletaria y no ya el obrero.
Una guerra en Europa
El surgimiento del fascismo,
en este sentido, no se entiende sin su contexto más próximo, la I Guerra
Mundial, que, aunque en un principio sea una guerra en Europa, con el tiempo
acabó arrastrando a medio mundo a ella.
La guerra mundial pone de manifiesto en primer lugar una
guerra moderna, que rompe los esquemas antes vistos en el ámbito militar. En segundo
lugar, trae consigo un sentimiento nacionalista que se pone de manifiesto en la
camaradería de los militares.
La guerra, cuando acabe, traerá consigo un sentimiento
nacionalista a través de la hermandad y asociaciones de los ex combatientes, la
unión de los nacionalistas que no dejarán de combatir, o no aceptarán que la
guerra ha terminado. En este sentido, la guerra, tras su final, se traslada al ámbito
social donde los ex combatientes crearán Cuerpos Francos o Cuerpos de Choque uniéndose
en las fronteras de su país, como en el caso húngaro, alemán y rumano, por
ejemplo, combatiendo contra revoluciones –o estallidos revolucionarios- cerca
de sus fronteras o bien de manera interna configurando grupos paramilitares que
se enfrentarán a los obreros que realizan huelgas.
La guerra deja consigo un sentimiento de humillación en tanto
que, en Alemania o Italia, aunque hayan combatido en diferentes bandos, se
percibe una traición por los vencedores que será materializada en Versalles en
1919. Este sentimiento de humillación será una fuente de unión entre los
cuerpos francos y los ex militares quienes a través de organizarse en
asociaciones irán creando grupos de choque contra los comunistas y socialistas,
además de reivindicar los territorios irredentos que les han sido quitado por
Versalles.
La guerra deja tras de sí, a parte de las muertes y los daños,
un sentimiento nacionalista en los ex combatientes, pero también una
experiencia militar y una camaradería que serán fructíferas en el momento del
estallido del Fascismo pues son combatientes que han combatidos juntos y por
ende tienen gran experiencia militar y un gran espíritu combativo que conjugado
con el nacionalismo será aprovechado y utilizado por el fascismo en el momento
de su configuración y surgimiento. Esto lo pondrá en marcha Hitler, por
ejemplo, en sus SA, como grupos de choque que frenen los altercados de
comunistas que acudan a sus mítines y conferencias.
Por lo tanto, exceptuando los horrores de la guerra, esta trae
consigo unos combatientes que se quedan sin trabajo y son un el freno al avance
comunista en un momento dado en las fronteras del país y también sirven como
grupos de choque contra los comunistas en las calles. Se pueden ver los
ejemplos de los Arditi o Cuerpos
Francos quienes desde el primer momento se pusieron del lado del Estado para
combatir a los grupos revolucionarios en las calles, a los huelguistas y
comunistas, y, además, eran un grupo de choque entrenado –o con experiencia
militar- que en un momento dado tomaba las armas siendo quienes verdaderamente
hacia frente a la violencia comunista y socialista, un hecho que será bien
recibido por la burguesía y muchísima gente que se unirá a sus filas.
Los excombatientes serán aprovechados por el fascismo y el
nacionalsocialismo y serán el germen de las milicias, siendo el grueso
paramilitar del ideario fascista con voluntad nacionalista y también violenta.
La guerra de Europa, sin embargo, será vista como el
inicio de otra –más cruel y peor- donde los experimentados soldados que no tienen
trabajo incrementarán las filas del nacionalismo revolucionario por toda la geografía
europea. La guerra deja tras de sí un sinfín de consecuencias, pero también deja
tras de sí la cara oculta de los vencedores, su reparto no equitativo y su
injusticia política para con el resto, es decir, para aquellos que no
participan en las negociaciones, siendo Italia una perjudicada más, de igual
manera que Alemania, al ser tratada como un país perdedor pues hubo territorios
que se reflejaban en acuerdos que no se respetaron. Este incumplimiento
favorece el auge de un nacionalismo anti-Versalles y un paramilitarismo que será
la tónica predominante en el periodo de entreguerras donde los ex combatientes
y ex militares serán quienes se impongan en las calles.
El sentimiento nacionalista, por tanto, estará muy metido
en los paramilitares excombatientes de la guerra, fruto en gran medida de los
tratados después de la Guerra.
Conclusiones
En resumidas cuentas, aunque
el Fascismo sea la novedad política y social del siglo XX, tiene una larga
trayectoria que podíamos situar en la Revolución Francesa de finales del siglo
XVIII y que se acentúa a lo largo del siglo XIX conjugando esa tradición socialista
y revolucionaria que se entremezcla con el nacionalismo y militarismo dando
lugar a un movimiento indefinido revolucionario y nacionalista que se bate
contra la democracia y el comunismo, el capitalismo y el marxismo, encuadrándose
en una estructura militar –paramilitar- nacionalista que a través de la
violencia –rasgo de los grupos revolucionarios- como método de conseguir el
poder espera asumirlo y entremezclarlo con su ideario e imponerlo a toda la
sociedad-comunidad-nación.
El conservadurismo, el nacionalismo, el sindicalismo
revolucionario, el socialismo, la revolución, el militarismo… serán factores
que el Fascismo haga como propios para de este modo tomar el poder y poder
controlar la nación, la cual es proletaria, pero, son factores que provienen
del siglo XIX y que ahora se aúnan en una ideología que surge como novedosa y
moderna en el siglo XX.
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