La izquierda contra España: burguesía, progresismo y sumisión al capitalismo woke

 La izquierda contra España:

burguesía, progresismo y sumisión al capitalismo woke

 

«En las últimas décadas, gran parte significativa de la izquierda socio-política ha abandonado sus raíces tradicionales —la defensa de la clase trabajadora y la soberanía popular— para abrazar una agenda globalista y culturalmente desarraigada. Este fenómeno, impulsado en gran medida por una burguesía progresista acomodada, ha llevado a una paradójica sumisión al llamado “capitalismo woke”: una versión edulcorada del neoliberalismo que disfraza sus intereses económicos con discursos de inclusión y diversidad.

Bajo esta lógica, se ataca la identidad nacional, se relativiza la historia de España y se sustituye la lucha de clases por conflictos simbólicos y culturales que refuerzan el statu quo.

En este artículo, exploraremos cómo esta nueva izquierda se ha convertido, en muchos casos, en una herramienta funcional al sistema que dice combatir, a través de un punto de vista histórico y político, nunca partidista ni ideológico».

 

Aquí va, por tanto, una opinión que intenta ser objetiva, dentro de lo que cabe, para aproximarse a una realidad actual de una izquierda que ha evolucionado a lo largo de la historia hasta convertirse en lo que hoy en día se puede percibir como “anti-izquierda” o “izquierda de caviar”, es decir, una izquierda que ha pasado de ser solidaria y de clase obrera a una izquierda que presume de “progre” y woke, de despacho y Louis Vuitton.

 


Introducción:

Cuando la izquierda olvida al obrero y abraza al capital

De un tiempo a esta parte, la izquierda española se había presentado como defensora de los trabajadores, de la justicia social, del pueblo.

Pero hoy, sin embargo y a tenor de los acontecimientos, buena parte de esa izquierda se ha transformado en lo contrario: una élite cultural, urbana y acomodada, completamente desconectada del pueblo real, profundamente antinacional, y servil ante los nuevos dogmas del globalismo neoliberal. No es una izquierda obrera: es una izquierda burguesa, cosmopolita, "woke" y, paradójicamente, funcional al sistema que dice combatir.

Pero al analizar esa deriva a la que ha virado la izquierda debemos preguntarnos ¿Por qué la izquierda española es hoy más afín a los lobbies culturales que a los sindicatos? ¿Cómo ha pasado de defender al obrero de barrio a atacar al español medio por “facha”? ¿Por qué reniega de la nación y de sus raíces? Y, sobre todo, ¿por qué ya no incomoda al poder, sino que forma parte de su maquinaria cultural?

esta nueva izquierda se ha convertido, en muchos casos, en una herramienta funcional al sistema que dice combatir

Una izquierda burguesa disfrazada de revolución

En lugar de representar a la clase trabajadora, la izquierda actual representa mayoritariamente los intereses de las clases medias-altas urbanas, de las elites bancarias y financieras. No es un tópico, no, sino que más bien es algo típico y asentado en la mentalidad de todos. Sus cuadros políticos provienen de universidades (elitistas, en muchos casos), ONGs internacionales, medios de comunicación subvencionados y fundaciones vinculadas al poder institucional o europeo.

No son obreros: son politólogos, periodistas, activistas y consultores de género en la mayoría de los casos. Su campo de batalla ya no es el taller, la fábrica o el sindicato (aquí, la única cercanía que tienen ambos es mediante la subvención) sino la televisión, las redes sociales, las tribunas de opinión y los másteres en estudios culturales. Su revolución es estética, discursiva, simbólica... pero jamás material ni económica –predomina el postureo social y político-. La lucha de clases ha sido sustituida por la “lucha de identidades”.

 

Antiespañolismo como marca de clase

Una de las características más notables de esta izquierda posmoderna es su antiespañolismo militante. Para ella, la identidad nacional es sinónimo de opresión, franquismo, colonialismo y atraso, entre otras tantas características, mientras, eso sí, aspira a gobernar dicha nación. Esta narrativa ha calado hondo especialmente en las élites culturales, donde amar a España o simplemente no avergonzarse de ella se considera de mal gusto o directamente se tacha de “facha”.

Lo que fue un internacionalismo solidario con los pueblos del mundo ha derivado en un suicidio identitario voluntario, donde lo propio debe desaparecer, mientras lo ajeno se celebra acríticamente. Se defiende el derecho a la autodeterminación de cualquier región o etnia, menos el de los propios españoles a tener una cultura común.

El desprecio a España se ha convertido en un signo de estatus. Para muchos progresistas, criticar al país no es una convicción ideológica, sino una forma de distinguirse del pueblo llano, de reafirmar su superioridad moral y cultural. Es una aristocracia asentada y disfrazada, decorada. Una izquierda que odia su propia nación no puede ser verdaderamente popular ni revolucionaria, tal y como pone de manifiesto la propia historia del socialismo o comunismo.

La lucha de clases ha sido sustituida por la “lucha de identidades”

Del marxismo al progresismo: mutación ideológica

La izquierda tradicional tenía como eje el conflicto económico entre las clases (Lucha de clases), así como su concepción de la historia y la humanidad a través del materialismo.

Hoy, ese discurso ha sido desplazado por una agenda centrada en el individualismo, el lenguaje inclusivo, la deconstrucción de la familia, el ecologismo superficial y el activismo de género. Esta nueva izquierda no quiere colectividad ni soberanía popular: quiere micro-identidades que se fragmenten, se enfrenten y dependan eternamente del Estado y sus subvenciones, tal y como se muestra (y demuestra) en la actualidad.

Lejos de cuestionar al capitalismo, esta izquierda lo adereza con colores morados, banderas LGTB y días internacionales de todo tipo. Así nace el "capitalismo woke": un modelo donde las grandes corporaciones hablan de diversidad mientras externalizan empleo, destruyen soberanía económica y promueven un consumo emocional disfrazado de conciencia social.

La izquierda ya no incomoda al sistema: es su aliada cultural. Canaliza el malestar hacia guerras culturales que no alteran el poder económico, mientras oculta que las élites económicas son sus verdaderos jefes –simplemente se trata de acatar órdenes y poner el cazo por detrás, un negocio redondo-.

 

España sin pueblo: la consecuencia inevitable

Al renunciar al trabajo como categoría política, al despreciar lo nacional y al entregarse a las modas ideológicas anglosajonas, la izquierda española ha abandonado a su verdadero sujeto político: el pueblo español. Ese pueblo que vive en provincias, que trabaja en empleos precarios, que mantiene a sus familias, que habla sin filtros, que valora su cultura y que ve con desconfianza el desprecio con el que lo tratan desde Madrid o Bruselas.

Y lo peor no es solo el abandono: es la criminalización. El español medio es retratado como retrógrado, machista, racista, inculto, es decir, se usa el insulto fácil y oficializado para degradar ya que es un discurso sensacionalista que cala hondo en los oídos de la propia sociedad. El pueblo ya no es un aliado del cambio, sino un obstáculo que debe ser reeducado. Así, la izquierda se convierte en una estructura de control cultural (y social), no de liberación. O séase, en otras palabras, quiere cambiar a las personas, no al sistema.

 la izquierda española ha abandonado a su verdadero sujeto político: el pueblo español

Conclusión: la izquierda ya no representa al pueblo, representa al poder

La izquierda española, en su gran mayoría, ha dejado de ser revolucionaria para convertirse en decorado del sistema. Ha cambiado la lucha de clases por la corrección política. Ha sustituido la solidaridad por la censura moral. Ha enterrado a España como proyecto colectivo para convertirse en portavoz de intereses supranacionales y corporativos, en vocera de las elites que son quienes verdaderamente mandan.

Hoy, cuando un trabajador ve cómo sube el alquiler, cómo se devalúa su salario, cómo se criminaliza su identidad, y cómo se le obliga a hablar un idioma que no entiende para no ser cancelado, no ve a la izquierda como aliada. Y tiene razón. De hecho, no ve a nadie ya a estas alturas pues la mayoría está cediendo ante el wokismo.

España necesita una izquierda real, patriótica, social, obrera y popular. No una izquierda decorativa, sentimental, elitista y alérgica a su propio país. Porque sin pueblo, sin patria y sin justicia social, lo que queda no es izquierda: es un disfraz más del poder que dice combatir.

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