EL MILAGRO DE EMPEL. SE NOS APARECIO LA VIRGEN

 Entre los ríos Mossa y Waal, rodeada de canales, en aquel frio invierno, se hallaba la isla de Bommel y a ella habían acudido los de siempre, los españoles. Estamos en el año 1585 y los holandeses rebeldes habían abierto los canales de estos ríos teniéndose que refugiar rápidamente en el monte Empel, para no morir ahogados

Corría el año 1585 y el Tercio viejo de Zamora, unos 5.000 españoles, se encontraban sitiados, sin salida, en una isla holandesa, concretamente en Bommel.

Foto de Jordi Bru


Flandes se había convertido en un lugar infernal, era el infierno para los españoles pero también para los holandeses rebeldes. No había paz en aquellos lares. Hacia 20 años que había estallado una cruel guerra contra España fruto de la religión. El protestantismo, alimentado desde Francia e Inglaterra, había llenado la mente de muchos holandeses. A partir de ese momento comienza una terrible guerra de desgaste que no tendrá pausa, que no se interrumpirá, y Flandes se convertirá en un cenagal, en una novela de terror.  Flandes fue una cuestión de honor y de orgullo, era un hueso duro de roer pero nadie quería soltarlo, ni los orangistas ni nuestro emperador, Felipe II.

Entre los ríos Mossa y Waal, rodeada de canales, en aquel frio invierno, se hallaba la isla de Bommel y a ella habían acudido los de siempre, los españoles. Estamos en el año 1585 y los holandeses rebeldes habían abierto los canales de estos ríos teniéndose que refugiar rápidamente en el monte Empel, para no morir ahogados.

Más de 100 navíos holandeses, en ese mismo momento hacen aparición, bloqueando la isla y cargando contra Empel, donde estaban los nuestros.

 

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Flandes era el corazón del imperio, era el centro estratégico y geopolítico. Desde allí se controlaba toda Europa, Alemania, Francia, Austria y Hungría, entre otras regiones. Flandes se comunicaba mediante el camino español, una de las mayores hazañas logísticas para un país que carecía de hombres. Pero en Flandes, en sus campos, ya no habría paz nunca más. Allí se libraba una cruel guerra desde 1568 entre España y las Provincias Unidas de los Países Bajos, una guerra que iba a desangrar la hacienda española. Flandes era un matadero y los españoles iban a morir allí.

En Flandes, sin embargo, estaba en juego la superioridad y la hegemonía de Europa, un juego que España no iba a perder tan fácilmente.

Para que nos situemos habían pasado 20 años de la batalla de Heiligerlee que favoreció el comienzo de una rebelión por los Orange que desembocó en la Guerra de los Ochenta Años. 20 años también habían pasado desde las batallas de Jemmingen y Jodoigne. 13 años desde Mons, Goes y Harleem, 11 años desde Mook y 9 años desde Amberes. Apenas teníamos en la memoria la batalla de Glemboux hacia 8 años y hacia menos de un año que habíamos vencido en Amberes por segunda vez. Pero es que habían pasado también unos 28 años desde la victoria increíble en San Quintín y su consecuente humillación un año después en Gravelinas contra Francia. Habían pasado 14 años desde Lepanto contra el turco. Y ahora nuestro rey se había empeñado en crear una armada grande, aunque momentáneamente era un proyecto, que pretendía acabar con Inglaterra y conectar esta con las Provincias de Flandes. Como se observa, allí estábamos, años y años luchando, teníamos a los enemigos con un correctivo aplicado de manera eficiente y sin embargo era en Flandes donde se había personificado el demonio.

Recursos y hombres atravesaban toda Europa por mar y tierra. El dinero proveniente de América iba íntegramente al pago de las guerras en Flandes. Los nuestros, que nacían en España y se entrenaban, se hacían hombres, en Italia, iban directamente a contener a aquellos malditos herejes holandeses.  Y nuestro rey, el emperador Felipe, no paraba de endeudarse. Era en Flandes donde se jugaba la superioridad del imperio. Y aquel sitio le daría más de un dolor de cabeza a nuestro rey.

Sin embargo, en aquella odiosa tierra estaban los nuestros, resistiendo, rodeados por el enemigo. Hastiados y empapados. Cansados, agotados, sin recibir noticias ni refuerzos. Empel se había convertido en una ratonera para aquellos soldados.

 

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En torno a los días 6 y 7 de diciembre de 1585 unos 5000 españoles combatían en la isla de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal, comandados por el maestre de campo Francisco Arias de Bobadilla. Pero esto no es todo. Los españoles se encontraban bloqueados por una flota de unos 100 navíos, mientras resistían la continua artillería de los holandeses.

Cuando recuperó Amberes, en el verano de 1585, Farnesio se sintió en condiciones de acudir a las "islas de Zelanda y Holanda " cuyas poblaciones católicas oprimidas por los rebeldes protestantes le pedían auxilio. Farnesio mandó a los tercios a la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal y, en respuesta a esta maniobra, el almirante rebelde  Holak situó su flota de 100 navíos entre el dique de Empel y la ciudad de Bolduque, bloqueando por completo a los españoles. Ahora el Tercio estaba al alcance de la artillería de la flota enemiga y sería fácil de rendir. Siendo realistas, el Tercio de Bobadilla no aguantaría mucho.

Reconociendo su superioridad y con objeto de evitar posibles bajas,  Holak buen conocedor de los españoles, les propuso una rendición honrosa, sin embargo la respuesta española fue contundente: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.

La altanería de los españoles provocó a  Holak  y decidió el exterminio total de los soldados españoles. Para ello, ordenó  abrir los diques del canal del rio Mosa, que trascurría por encima del nivel del campamento del Tercio, provocando así la inundación de la Isla de Bommel. Los españoles tuvieron el tiempo justo de refugiarse en el cerro de Empel, único lugar que quedó con tierra firme, pues el campamento y los pueblos de alrededor quedaron inundados. Allí fue donde se refugiaron los 5000 soldados del Tercio  para evitar morir ahogados. Todo ello con un frio casi polar, y mientras pasaba el tiempo más frio hacía, y el montecillo era cada vez más de barro que de tierra.

Así las cosas, la flota de Holak comenzó a disparar contra los apiñados españoles. Sacó toda su artillería, arcabuces y mosquetes. La situación era realmente preocupante para los españoles, yo diría que limite. Los españoles mojados, sin leña y sin comida seguían resistiendo bravamente, aunque estaban  en clara inferioridad táctica, sitiados por completo por los holandeses y siendo ya presa fácil del enemigo. Sin embargo, a pesar de no tener escapatoria, decidieron clavarse al suelo y resistir hasta el final. Esta vez, haría falta un milagro de verdad para poder salvar sus vidas.

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Bobadilla había intentado contactar con la localidad próxima. Mandó a tres soldados, que agazapados entre el barro y el lodo, bajo el fuego enemigo, tomaron una barca y se pusieron a remar. Camisa blanca para identificarse, con las agallas escondidas, aquellos hombres salieron de la isla con un mensaje en el que se pedía refuerzos.

El capitán Martínez era el encargado y junto a otros dos soldados que comenzaron a remar, portaban aquel bando tan necesario como la propia supervivencia. Sin apenas respirar para no hacer ruido, escondidas las espadas para que no brillasen, entre la espesa niebla se pusieron camino de Bolduque. La noche era fría y apenas llevaban abrigo. Mojados y tiritando, a duras penas aquellos tres hombres remaban entre la oscuridad de las aguas.

De pronto, a unos metros de la orilla, son descubiertos por varios barcos holandeses. Se producen disparos en aquella oscuridad del frio invierno, con la niebla y la noche como testigos presentes. Remaron como si no existiera nada más. El Capitán dio la orden a los otros dos soldados de llevar, costara lo que costara, aquel bando a su destino. El capitán, en un acto heroico, sacó su arcabuz y efectuó varias descargas acertando en la cabeza de varios herejes. Mientras gritaba a los soldados para que corriesen recibía un disparo mortal en la tripa. Antes de caer, sin embargo, ya medio muerto, sonrió mientras acertó a disparar otra vez. Tres barcos estaban encima ya de aquella barca.

Desembarcaron los herejes de aquellos navíos y cuando llegaron a la orilla el Capitán, para salvar a los otros dos hombres y conseguir que la información llegase a su destino, aun tuvo las agallas de desenfundar su toledana y con las pocas fuerzas que le quedaban se levantó y plantó cara a esos holandeses que habían acudido en manada.

En Bolduque, el conde de Mansfeld, maestre de campo general de los ejércitos en los Países Bajos, recibió el mensaje. Se pedía ayuda urgente. Los españoles iban a ser masacrados en la vecina Bommel, o en lo que quedaba de ella, el cerro de Empel.

Sin embargo, era prácticamente imposible mandar ayuda ya que los canales y los ríos aledaños estaban plagados de navíos herejes. Imposible. Dio un golpe en la mesa al tiempo que maldecía aquella situación. Seguirían pensando cómo hacer las cosas.

-El capitán Martínez ha caído cuando apenas habíamos tocado la orilla, nos salvó y por eso hemos podido traeros esta información- logró decir uno de los dos soldados.

 

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Un joven soldado estaba excavando una trinchera en el movedizo barro hereje cuando, de repente, su pala golpeó algo que no era barro. Aquel sonido impactó al chaval. Mientras el soldado rezaba en el agujero que realizaba, que posiblemente seria su tumba en vez de una trinchera, encontró una tablilla en la que, al limpiarla el barro con las manos, estaba representada la virgen María

Mientras tanto, la situación se hacía insostenible en Empel. Bajo el incesante fuego artillero, los tercios de Bobadilla resistían. A punto de morir congelados todos, buscaban cobijo. Exhaustos, helados y tiritando por el gélido frio, empapados y rezando lo que sabían, cavaban trincheras para resguardarse. A veces no hacía falta excavar ya que Empel estaba lleno de cráteres debido a las explosiones de las bombas enemigas.

Un joven soldado estaba excavando una trinchera en el movedizo barro hereje cuando, de repente, su pala golpeó algo que no era barro. Aquel sonido impactó al chaval. Mientras el soldado rezaba en el agujero que realizaba, que posiblemente seria su tumba en vez de una trinchera, encontró una tablilla en la que, al limpiarla el barro con las manos, estaba representada la virgen María. La Inmaculada Concepción había aparecido en el barro holandés. Rápidamente, el chico corrió al capitán y al capellán, se lo enseñó a todos los que pudo. Corría y gritaba aquel joven con la tabla de madera en las manos. La alzaba y llamaba, así, la atención de los demás soldados. En medio de la lluvia de balas y bombas, en medio de un terreno embarrado y con las temperaturas bajando cada vez más, hacia aparición en una tabla de madera la imagen de la virgen.

En seguida, el tercio se reunió en torno a la tablilla que aquel soldado encontró y gritando ¡Milagro! Rezaron. Improvisaron un altar con la acribillada, pero visible todavía, bandera de la Cruz de la Borgoña de fondo. Rezaron arrodillados, calados y helados de frio. Pero no, aquello no fue un milagro, no. El milagro vendrá después. Aquello era un regalo. Una virgen que estaba enterrada en aquella zona hereje esperando a que los españoles la encontraran. Con el agua al cuello, los españoles pudieron notar en el enrarecido ambiente una leve brisa cálida de esperanza. Se santiguaron todos al unísono. Besaron los escapularios y rosarios que portaban en sus cuellos y manos. Miraron al cielo. Las ordenes, a pesar de todo, eran claras. Ante la imposibilidad de recibir refuerzos desde Bolduque solo les quedaba la locura de batirse, pues resistiendo no aguantarían más aquel bombardeo al que llevaban sometidos dos días ya.

La niebla se espesaba, creando un ambiente totalmente invernal. El viento además no ayudaba. Es noche del 7 de diciembre hizo más frio que nunca, un frio que ni los holandeses creían como real. Aun así, frotándose las manos, los españoles seguían en pie, impasibles e impávidos, inmóviles y refugiándose donde podían. Las temperaturas seguían bajando cada vez más. El bombardeo continuaba.

 

Ferrer Dalmau

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Aquella madrugada fría del día 8 de diciembre, tras haber rezado a la virgen en el improvisado altar que le habían hecho con banderas acribilladas y despedazadas, las de los tercios, las banderas de  la Cruz de Borgoña, y hambrientos, helados, temblando y sin esperanza de nada, los españoles por fin ven la luz. Una tregua. Pues mientras los españoles rezaban, la madrugada se tornó más fría, las temperaturas comenzaron a bajar drásticamente hasta el punto de helar. Las aguas del rio Mosa, que antes les hacía prisioneros a los españoles, ahora se helaban, se solidificaban en forma de hielo resistente y grueso. Esto sí que era un milagro.

Los barcos holandeses quedaron atrapados en el hielo, inmóviles por completo. Ahora era la hora de los españoles, una hora que no dejarían escapar. Por supuesto. Los navíos herejes ahora estaban varados a merced de los españoles. El tercio, formando en cuadro, se lanza sin contemplaciones hacia los barcos flamencos. ¡Donde las dan las toman!

En cuadros compactos, las picas de manera vertical mirando al cielo. El redoble del tambor y los arcabuces, hacían gala de aquel desfile de aquellos brabucones. Junto a las picas y los arcabuces, las banderas aspadas en lo alto. Pero es que junto a toda aquella puesta en escena, marchaba la virgen. Una virgen que les acompañará para siempre ya.

Los holandeses se creían que aquella situación bien podría ser un sueño, pero no lo era. Sin parar de rascarse los ojos ven por el horizonte venir a los hambrientos y helados españoles, oyen retumbar los tambores, cada vez más cerca. Eso sí que ponía los pelos de punta. Pero sobre todo oían cada vez más fuerte a 5.000 voces gritar: ¡SANTIAGOOOOO!, y otras 5.000 replicar: ¡CIERRAAAA!

Lo que paso después ya lo sabéis y si no lo habréis adivinado. Los españoles, comandados por el capitán Cristóbal Lechuga, destruyeron todos los navíos, la mayoría de las bajas fueron holandesas pues los españoles apenas sufrieron bajas. En esta situación, Holak salió corriendo maldiciendo a Dios y a los españoles.

“Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”

Los tercios combatieron con extrema contundencia animados por la sed de venganza que había provocado el asedio de los holandeses. Los rebeldes caían ante las armas españolas sin posibilidades de reaccionar. Los infantes españoles  tomaron muchísimos prisioneros, y capturaron y quemaron todos los  barcos de la flota enemiga.

Durante el 9 de diciembre el Tercio cargó con rabia contra el fuerte holandés situado a la orilla del río Mosa. La posición defensiva fue tomada por los españoles y los holandeses huyeron en desbandada aterrorizados por la furia de los arcabuceros y piqueros españoles. La  victoria española fue tal que el almirante Holak llegó a decir: “Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”.

Las crónicas hablan de "cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos". Tras ello, la Inmaculada acompañará hasta nuestros días como patrona a nuestro ejército español.

Aquel día los españoles estábamos con el agua al cuello y se nos apareció la virgen, la Inmaculada Concepción, que intervino por nosotros.



Álvaro González Díaz

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